A punto de comenzar la segunda mitad del siglo XVI, el Buen Dios decidió dar un respiro a Enrique VIII y llamarle al fin a su lado. En esas mismas fechas nacía en Segovia Mateo de Oviedo que, si bien no tan conocido como el rey anglosajón, se ganó también, en nuestra humilde opinión, su merecido lugar en la historia.
¿Quién fue Mateo de Oviedo?
Mateo de Oviedo fue, para Irlanda, quizá el mayor aliado español de todos los tiempos.
Mateo de Oviedo, hijo de Don Pedro de Oviedo y Doña Isabel de Carranza, nació en 1547. Aparece por primera vez en las crónicas cuando en 1562 con 15 años de edad, le envían a la Universidad de Salamanca para que estudie derecho, probablemente con el fin de que termine por convertirse en abogado.
No había transcurrido mucho tiempo desde su ingreso en Salamanca cuando tomó la decisión de solicitar el ingreso en la orden de los franciscanos.
Es necesario tener presentes los ideales de aquella época, en la que la contrarreforma hacía furor, con la Iglesia en primera línea. Mateo de Oviedo, hijo de su tiempo, juró los votos el 14 de junio del año siguiente, como consecuencia de lo cual abandonaría el estudio de las leyes para dedicar todas sus energías al estudio de la filosofía y la teología; materias ambas en las que llegaría a ser un experto como tendremos ocasión de comprobar más adelante.
Como es natural, sus estudios de estas nuevas materias no duraron eternamente y nos encontramos a Mateo de Oviedo dando clases de teología en el convento franciscano de León en 1573 (1), habiendo sido éste, seguramente, su primer empleo como profesor.
Años más tarde lo descubrimos desempeñando una ocupación similar, pero esta vez en el convento de San Bernardino, en Madrid. Corría el año de 1579 y Mateo tenía entonces 32 años. Podemos considerar que es en ese momento cuando comienza la que daríamos en llamar su “carrera política”.
Su primer viaje a Irlanda
Debió haber destacado en el desempeño de su trabajo para que el nuncio papal en España le escogiese, en 1579, para viajar a Irlanda “con el fin de traer aquella isla de nuevo a Cristo y al mismo tiempo comprobar qué podría hacerse con Inglaterra” (2). Misión ésta harto delicada y complicada.
El Papa Gregorio XIII estaba decidido a exterminar a los protestantes, allí donde se hallasen. En su opinión, Isabel I de Inglaterra era una soberana “herética” y “déspota”, motivo por el cual envió una misión para “reducir aquella isla a la fé católica” (3)
La misión es secreta y Mateo de Oviedo deberá abandonar España de forma inmediata. Tendrá por compañía únicamente a un puñado de franciscanos, seguramente todos ellos irlandeses, y un caballero, también irlandés.
El grupo partió de España desde El Ferrol, en Galicia. Dado el carácter secreto de la misión, Mateo no podía avisar a su rey, Felipe II, de su viaje, pero antes de dejar el país escribió dos cartas, una dirigida al Rey y la otra al secretario de éste, Mateo Vazquez.
Aunque aún no hemos encontrado la carta dirigida al Rey, sí se conserva la que le envió a su homónimo, Mateo Vazquez, desde El Ferrol, el 26 de mayo de 1579. En esta carta, conservada en la actualidad en el museo británico de Londres, Mateo muestra el afecto que le tiene a su rey y promete mantenerlo informado de todo lo que pueda ser pertinente en relación con el buen servicio a España.
Antes de continuar, sin embargo, debemos recordar cuál era la situación en Europa en aquellos momentos. Ello nos ayudará a comprender con mayor claridad el proceder de Mateo de Oviedo.
Tres países europeos, como eran Inglaterra, Irlanda y España, conformaban los vértices de un triángulo caracterizado por relaciones turbulentas, llegando éstas a su punto álgido en los inicios del siglo XVII, cuando España envía una armada a Irlanda, con intención de prestar asistencia a los irlandeses en sus esfuerzos por deshacerse de los ingleses. Nuestro Mateo de Oviedo estuvo allí, y nos dejó su testimonio.
Ya desde 1520, Enrique VIII venía tratando de desempeñar un papel decisivo en la balanza del poder entre dos fuerzas contrapuestas, como lo eran, por un lado la union de los Habsburgo de España y el Sacro Imperio Romano y Francia por el otro.
Esta situación política favorecía la posibilidad de un ataque inglés a Irlanda, pero cada vez que el monarca inglés empujaba la balanza a favor de uno u otro gigante continental, el otro sufría la natural tentación de atacarle en su señorío irlandés. Esto, naturalmente, lleva a Enrique a tratar de atar dicho territorio en corto y afianzar su control sobre la isla vecina, proclamándose Rey de Irlanda en 1541(4).
La relación entre Irlanda e Inglaterra siempre había sido complicada, pero se deterioró enormemente tras la abjuración de la supremacía papal por parte de la monarquía inglesa, en 1534.
Los “Lords” irlandeses, al buscar ayuda en Europa, basaron sus ruegos principalmente en motivos religiosos, si bien había otras ventajas obvias que analizaremos a continuación.
Fue en Francia, y no en España, donde los “Lords” irlandeses buscaron ayuda en primer lugar, y eso a pesar de ser España el país que ejercía el liderazgo en Europa, tras la paz de Cateau-Cambresis, conseguida en 1559, y también a pesar del supuesto origen español de Irlanda acreditado por historiadores como Giraldus Cambrensis (5) o Edmund Campion (6) o por poetas como Edmund Spencer (7) y también por hombres de armas como el capitán Diego Ortiz de Urízar o Donill O’Suiban (8), entre otros.
Cito lo que el capitán Diego Ortiz de Urízar escribe en una carta enviada al emperador Carlos V en referencia al origen español de Irlanda.
“ … Dizen los irlandeses que aquel rreyno toca a V magt porser su origen y antiguedad deespaña parte degalizia y parte de bizcaya, yo les dezia q bien entendido setenia enespaña ser ello asj.” (9)
Desde el punto de vista del papado, tanto Francia como España eran aceptables en igual medida como agentes del Imperio Romano, motivo por el cual seguramente Shane O’Neill acudió en busca de ayuda a Francia en 1556, y más tarde a España.
Pero ¿Cuál fue la reacción de Inglaterra?. Dada la mayor probabilidad de una incursión española en Irlanda, Inglaterra intensificó su apoyo a los “rebeldes” de los Países Bajos, hasta el punto de amenazar por completo la existencia del Imperio Español.
Como contrapartida, los irlandeses, junto con algunos españoles, como Mateo de Oviedo, urgen al rey Felipe II a que transforme Irlanda en unos “Países Bajos ingleses”, con un coste mínimo (10)
España ya había enviado personal cualificado a obtener información acerca de cual era la situación real en Irlanda, para cubrirse las espaldas en caso de que decidiese atacar a Inglaterra por la retaguardia.
Entre los enviados encontramos gente como Gonzalo Fernández, capellán personal del Emperador Carlos V, que tratará de obtener tanta información como le sea posible acerca del poderío militar de los condes irlandeses (11). También el capitán Diego Ortiz de Urízar, que nos dejó una detallada descripción militar tanto de la isla como de sus gentes (12).
Para España, el enviar tropas a Irlanda para lograr su “liberación” de los “herejes” suponía importantes ventajas. Por una parte, el mantener un ejército en Irlanda supondría para Inglaterra un gasto en dinero y efectivos que podría suponer el fin de su apoyo a los “rebeldes” en los Países Bajos. Por otra, las flotas españolas procedentes del Nuevo Mundo se verían al fin liberadas del ataque constante a manos de piratas y corsarios ingleses.
La segunda rebelión de Desmond
Mateo de Oviedo conocía todas estas razones, motivo por el cual probablemente decidiese mantener al rey informado de su viaje a Irlanda.
Como agravante de la situación ya descrita, James Fitzmaurice, primo carnal del conde de Desmond, no tuvo más remedio que abandonar Irlanda, al ser perseguido por los ingleses.
En 1575 Fitzmaurice huyó al continente, donde trató de conseguir ayuda para liberar Irlanda de las garras de los protestantes. No fue una tarea sencilla la de convencer a Felipe II de que invirtiese dinero en tal ventura, por lo que el progreso de Fitzmaurice fue lento, encontrándose aún en España tres años más tarde, cuando Isabel I envía a Walshingam a negociar con Guillermo de Orange.
Estas negociaciones enfadaron enormemente el rey de España, por lo que no le quedó más remedio que permitir la partida de Fitzmaurice hacia Irlanda, llegando éste a Dingle, el 18 de julio de 1579, con Mateo de Oviedo formando parte de la misión.
A pesar de que la expedición estuviese financiada por la Iglesia Católica, Mateo de Oviedo siente que debe informar a su rey del viaje, y así lo hace, como ya mencionábamos anteriormente.
La invasión de Irlanda planeada por Fitzmaurice tuvo lugar en 1579. Dado que Fitzmaurice perdió la vida en una escaramuza poco tiempo después de su llegada al puerto de Dingle (al dirigirse al monasterio de la Santa Cruz de Tipperary donde debía cumplir una promesa), el dubitativo Desmond se colocó a la cabeza de la rebelión.
Esta rebelión, perteneciente a la llamada «Segunda rebelión de Desmond», tuvo un trágico resultado para los españoles participantes en el llamado «Fuerte del Oro».
El conde pidió ayuda a España, como su primo lo había hecho antes que él, haciendo Desmond mención a Mateo de Oviedo como alguien que conocía la situación irlandesa en tal detalle que era capaz de explicarla con todo lujo de detalle al monarca español. Lo cual, dicho en otras palabras, convierte a Mateo de Oviedo en uno de los aliados de Desmond en Madrid (13)
A pesar de los esfuerzos de Mateo por convencer al rey de la necesidad de que envíe ayuda al conde irlandés, Desmond fue derrotado y con el tiempo, capturado y decapitado por O’Moriarty, un contrariado y descontento guerrero irlandés.
Los años siguientes serán de gran importancia en el enfrentamiento entre Inglaterra y España. En 1580 España incorpora Portugal a su corona, provocando la cuasi-inmediata fuga del aspirante al trono portugués a tierras inglesas.
Esto ayudó a enconar aún más una ya muy deteriorada relación y del conflicto subsiguiente serían los ciudadanos ingleses y españoles los primeros en sufrir las consecuencias.
El número de barcos secuestrados aumentó de forma vertiginosa, lo que supuso que comerciar en la zona se convirtiese en una aventura muy arriesgada. Encontramos un precioso testimonio de la dureza de la situación en una carta hallada en el Archivo General de Simancas, carta que dos marineros originarios del puerto gallego de Betanzos, Pero Gómez y Pero García, le enviaron a Felipe II pidiéndole Socorro al haberlo perdido todo, incluida la nave (14).
Durante el transcurso de estos acontecimientos, Mateo de Oviedo se encontraba en Irlanda, obteniendo tanta información para su rey como le era posible. De nuevo, debió Mateo destacar en el desempeño de sus funciones, puesto que el conde de Desmond se refiere a él, en una carta dirigida al rey Felipe II el 14 de octubre de 1580, como una persona que conoce la situación irlandesa a la perfección.
Por esa época aparece su firma en una carta traída a España desde Irlanda por Diego de Cuebas, originario éste de Santander (15). La carta detalla una lista de nobles que se manifiestan contrarios a la reina inglesa, así como una lista de los elementos de que los irlandeses precisan con mayor premura, en sus esfuerzos por hacer frente a los “herejes”.
El regreso a España
La primera experiencia de Mateo de Oviedo en Irlanda seguramente tuvo una duración de entre tres y cuatro años, ya que le encontramos en Santiago de Compostela en 1583, a cargo del convento de San Francisco, donde permanece hasta 1588, en plena Empresa de Inglaterra, como mencionan las «Actas de tomas de hábitos de novicios» (16).
A pesar de ello, Mateo aparece en otra crónica como “el Guardián” del convento de Oviedo, entre los años 1583 y 1588 (17). Pensamos que, salvo que ambas responsabilidades fueran compatibles, algo que dudamos encarecidamente, es más probable que Mateo de Oviedo hubiese pasado ese intervalo de cinco años en Santiago de Compostela.
Sabemos que a partir de 1585 impartió clases de teología en la Universidad de Santiago, actividad que compatibilizó con el hecho de estar al cargo de la comunidad. Mientras ocupaba un cargo en la universidad tuvo lugar un incidente que quizá nos revele su carácter.
Mateo había estado encargado de enseñar teología durante la ausencia del profesor Dr. Francisco Gómez, al encontrarse éste en Madrid negociando ciertos puntos concernientes a la relación entre la universidad y el arzobispado.
Esta era una responsabilidad por la que no recibía remuneración alguna y al no considerar positivo el trabajar a cambio de nada, toma la decisión de renunciar al cargo.
Sin embargo, sus clases gozaban de tal popularidad entre el alumnado, que prácticamente de inmediato la universidad le rogó que las retomase a cambio de la promesa de un sueldo anual de 120 ducados. Mateo aceptó esta nueva posición y continuó impartiendo clases hasta resultar enviado a Madrid para ayudar al Dr. Francisco Gómez con las negociaciones que le venían ocupando, en el mes de noviembre de 1586.
Mateo de Oviedo se encuentra de nuevo en Santiago de Compostela en 1587 y durante los años siguientes dedica la mayor parte de sus esfuerzos a la Orden, tras haber resultado elegido “Definidor Provincial” en los años 1588 y 1594.
A comienzos de 1598 le encontramos en Toro (Zamora) como “Guardián” del convento que la orden franciscana tenía en aquella ciudad. Es durante este periodo que sus actividades políticas en Irlanda se intensifican, especialmente en lo concerniente a Irlanda y a los Irlandeses.
Mateo de Oviedo, arzobispo de Dublín
Resulta evidente que los irlandeses no se habían olvidado del buen hacer de Mateo de Oviedo allí, dado que el 17 de octubre de 1587 un grupo de obispos irlandeses proponen su nombre como arzobispo de Dublín en una carta enviada al rey de España.
Entre otras cosas, decían en aquella carta, acerca de Mateo, que “en vida de Gregorio XIII” había sido enviado a Irlanda tres veces, suponiendo ello gran peligro para su vida y que su entusiasmo y buen hacer para con los irlandeses habían sido tales que, conociendo todos los católicos del país su personalidad y deseando que permaneciese con ellos para siempre, le habían nombrado arzobispo Cassiliense, siendo ésta una de las iglesias principales de Irlanda, así como su nuncio y procurador general, tanto en el Vaticano como en la corte española (18).
“Era tal su amor por Irlanda y tan intenso su trabajo por la salud espiritual de aquella nación, que en ningún momento había cejado en su empeño en los últimos dieciocho años” (19)
Desde luego, fue el mejor agente irlandés en la corte española desde su primera llegada a Irlanda.
No hay duda de que Mateo de Oviedo trató de convencer con insistencia al rey de España de que enviase un ejército a Irlanda para liberar a aquel país católico de los protestantes, hasta el punto de que el profesor Silke dice que “en reconocimiento de su utilidad O’Neill consiguió su inclusión en la Sede de Dublín, en mayo de 1599” (20).
No es nuestra intención contradecir al profesor Silke, pero pensamos que Mateo de Oviedo no fue nombrado arzobispo de Dublín antes de finales de 1599, o incluso de la primavera de 1600.
Basamos esta teoría, en primer lugar, en las cartas que hemos encontrado en el Archivo General de Simancas, en las que el propio Mateo insiste acerca de la necesidad de ser investido de un cargo de relevancia, antes de embarcarse hacia Irlanda.
En una carta que escribiría a finales de 1599, le pide a su majestad que le envíe a Irlanda dotado de la autoridad pertinente para gestionar asuntos de tal importancia como son, nada menos que el conseguir preservar en su totalidad el reino de Irlanda.
Dada la lentitud del papado, Mateo le hace a su rey la sugerencia de que se le nombre parte de alguna Sede localizada en territorio español, ya sea en España, Italia o las Indias (21).
En segundo lugar nos basamos en el hecho de que el estilo de la escritura de nuestro protagonista es totalmente diferente en las cartas que envía antes de haber sido nombrado arzobispo del que utiliza en aquellas que vendrán después.
Ese cambio de estilo no tiene lugar antes de la primavera de 1600 y no hemos encontrado carta de fecha anterior a marzo del año 1600, en la que Mateo pueda haber utilizado el título de arzobispo de Dublín.
En cualquier caso, la cuestión de relevancia a partir de ese momento es el hecho de que Mateo de Oviedo finalmente obtiene dicho título, a pesar de que, como probablemente ustedes ya sabrán, jamás visitó Dublín y, por supuesto, las autoridades protestantes nunca llegaron a aceptar la legitimidad de un título con tales tintes papales, a pesar de que conocían de Mateo y su título, refiriéndose a él con expresiones tales como:
“El español que se hace llamar arzobispo de Dublín” (22). “… una carta enviada por un monje de Ulster, abandonó últimamente España en manos del supuesto arzobispo de Dublín” (23), o “que un obispo español, que se hacía llamar por el título o el nombre de arzobispo de Dublín” (24).
Una vez Mateo de Oviedo hubo sido investido de aquella autoridad, mostró su gran habilidad para convencer a las autoridades españolas de que enviasen ayudas cuantiosas a Irlanda.
Con toda probabilidad, era el español que mejor conocía la situación irlandesa. Podemos incluso describirle como amigo personal de los condes gaelicos O’Neill y O’Donell, los principales adversaries de los ingleses en Irlanda.
Su autoridad moral gozaba de tal respeto entre los irlandeses que todos los barcos irlandeses que deseasen comerciar con puertos españoles debían viajar equipados de una especie de pasaporte con su firma, rubricada junto a la de O’Neill, en aras a preservar el secretismo necesario para la correcta preparación de la Armada:
“Es de la mayor conveniencia para el buen servicio de Su Majestad que ni una sola nave procedente de aquellos reinos sea admitida en España, salvo que lleve pasaportes firmados por O’Neill y el arzobispo de Dublín, que está a su lado.” (25)
Dado su fuerte carácter y su arduo trabajo, le enfurecía la negligencia de los funcionarios españoles ante cualquier asunto relacionado con Irlanda. Hemos encontrado cartas de queja dirigidas al ministro de Estado, Guerra y Finanzas, Esteban de Ybarra, por este motivo.
Incluso montó en cólera, como describe Michaline Walsh en su libro «Los O’Neills en España», cuando Enrique, el hijo de O’Neill, quiso ingresar como franciscano en Salamanca y Mateo de Oviedo fue requerido para resolver este problema, dado que consideraba que él tenía asuntos más importantes que atender (26).
La batalla de Kinsale y el declive de Mateo
De todas formas, será durante los esfuerzos por liberar Irlanda de las garras del protestantismo que el carácter de Mateo quede reflejado con mayor nitidez.
Como experto en asuntos irlandeses y gracias a la especial relación que tenía con los condes de aquella tierra, dio su opinión acerca del lugar en que debía tomar puerto la Armada Española en Irlanda en 1601.
Determinó que el lugar idóneo sería Kinsale y Kinsale tuvo que ser, a pesar de la oposición del Comandante Jefe de la Armada española, Don Juan del Águila.
Durante la estancia de las fuerzas españolas en Irlanda, estuvo a cargo del hospital, lo que le confería cierto grado de autoridad, especialmente al haber pedido el mismo rey a Don Juan del Aguila, que cualquier sugerencia que viniera de Mateo de Oviedo fuera convenientemente atendida. Y les puedo asegurar que, para desgracia de Juan de Águila, Mateo le hizo multitud de sugerencias.
Una vez todo hubo terminado y perdida la conquista de Irlanda a favor de la fé católica, Mateo de Oviedo, en el transcurso de las investigaciones llevadas a cabo por el gobierno español, acusó a Don Juan del Águila de no haber sido un comandante competente y de haberse rendido ante el virrey inglés, “Lord” Mountjoy.
Aun así, el gobierno español absolvió a ambos, declarándoles exentos de toda responsabilidad y Mateo, mayor, cansado y decepcionado, se retiró a Valladolid, donde falleció el 10 de enero de 1610, según unos testimonios (27) o el 2 de mayo de 1611, según otros (28).
En palabras de Michaline Walsh, Mateo de Oviedo fue:
“quizá el mayor aliado español de todos los tiempos para Irlanda.” (29)
NOTAS
1 RODRIGUEZ PAZOS, Manuel, Provinciales Compostelanos. Madrid.
2 British Library, MS AD.28.360, fol. 83-84.
3 Ibidem.
4 MAGNUSSON, Magnus. landord or Tenant? The Bodley Head, London, 1978, p. 13.
5 WALES, Gerald of. The History and Topography of Ireland. Penguin Classics, Reading, 1985, p. 97-98.
6 VOSSEN, Alphonsus Franciscus, Two Bokes of the Histories of Ireland. Volgoe de Couragie, Nijmegen, 1963. p. 32.
7 SPENSER, Edmund, A View of the State of Ireland. The society of Stationers, Dublin, 1633, p. 33.
8 Archivo General de Simancas, Guerra Antigua 587.
9 Archivo General de Simancas, Estado 828, fol. 106.
10 Archivo General de Simancas, Estado 840.
11 B.L. Cotton MS Vespasian, London.
12 Archivo General de Simancas, Estado 828, fol. 106.
13 Archivo General de Simancas, Estado 833, fol. 65.
14 Archivo General de Simancas, Estado 833, fol. 50.
15 Archivo General de Simancas, Estado 833, fol. 64.
16 Asientos de novicios desde 1568, Archivo de la Provincia de Santiago (convento de San Francisco de Santiago).
17 Crónica de la provincia franciscana de Santiago, 1214-1614, por un franciscano anónimo del siglo XVII. Archivo Iberoamericano, Madrid, 1971.
18 Archivo General de Simancas, Guerra Antigua 3143.
19 Archivo General de Simancas, Guerra Antigua 3143.
20 SILKE, John, Kinsale, the Spanish Intervention in Ireland at the end of the Elizabethan Wars. Liverpool University Press. Liverpool, 1970, p. 65.
21 Archivo General de Simancas, Guerra Antigua 3143.
22 Calendar of State Papers, Ireland. June 16th, 1600. “ A letter from the Earl of Ormonde to the Queen Elizabeth I” .
23 Calendar of State Papers, Ireland. July 13th, 1601. Cork. “ A letter sent by Sir George Carew to Sir Robert Cecil” .
24 Archivo General de Simancas, Estado 2511 & 961.
25 WALSH, Michaline, Op. Cit. p. 6.
26 El Eco Franciscano, 1: Diciembre 1919, 556-58.
27 El Eco Franciscano, 1: Diciembre 1919, 556-58.
28 Hierarchia Catholica IV, 177.
29 WALSH, Michaline, Op. Cit. p. 6.