¿Quién era Felipe II?
Felipe II fue rey de España, Castilla, Aragón y Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Milán, Países Bajos, Portugal, Mozambique, Orán y Túnez, Filipinas, virreinatos de Nueva España, Perú y Brasil y también de Inglaterra e Irlanda (esto último como rey consorte desde 1554 hasta 1558).
Felipe II de España nació en el Palacio de Pimentel en Valladolid el 21 de mayo de 1527; murió en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial de Madrid el 13 de septiembre de 1598 a los 71 años.
Hijo de Carlos I de España, bisnieto de los Reyes Católicos y de Isabel de Portugal, infanta de ese país, y también bisnieta de los Reyes Católicos (por lo que Felipe II es hijo de primos).
Felipe II, concebido en la Alhambra de Granada, nació en Valladolid a las cuatro de la tarde del 21 de mayo de 1527 tras un difícil parto de casi trece horas.
Isabel de Portugal, su madre, había sido trasladada en una litera a hombros de 24 hombres, a fin de no sufrir daños en su embarazo desde Granada hasta Valladolid, donde le esperaba su esposo Carlos I.
Isabel, siguiendo el ejemplo de su bisabuela Isabel la Católica, se había hecho cubrir con un paño el rostro para que nadie pudiera ver su sufrimiento y aguantando estoicamente los dolores del parto diciendo a las comadronas: “sufriré, pero no gritaré”.
Sus hermanos
Felipe II tuvo 2 hermanos legítimos y cinco hermanos nacidos fuera del matrimonio de su padre Carlos I.
Hermanos legítimos
-María de Austria (1528-1603)
Infanta de España y archiduquesa de Austria, así como Emperatriz del Sacro Imperio y Reina consorte de Hungría y Bohemia.
-Juana de Austria (1535-1573)
Infanta de España y archiduquesa de Austria, princesa de Portugal y madre del rey portugués Sebastián I.
Hermanos naturales (hijos de Carlos I y distintas madres)
-Isabel de Castilla (1518-¿)
Madre: Germana de Foix (abuelastra de Carlos I). No reconocida.
Ingresó en el convento de Madrigal de las Altas Torres para salir más tarde y casarse con Rodrigo Martínez de Acuña.
-Margarita de Parma (1522-1586).
Madre: Johanna María van der Gheynst. Reconocida por Carlos I.
Margarita fue duquesa consorte de Florencia y Parma y gobernadora de los Países Bajos. Casada con Octavio Farnesio será madre de Alejandro Farnesio, famoso por su labor diplomática y militar al servicio de la corona española.
-Tadea de Austria (1522-1562)
Madre: Ursollina della Penna. No reconocida.
Intentó, antes de morir, tener un reconocimiento legal que le fue rechazado.
-Juana de Austria (1522-1530)
Madre: Desconocida. No reconocida.
Ingresada como novicia en el convento de Madrigal de las Altas Torres, murió al caer por un pozo a los ocho años de edad.
-Juan de Austria (1545 o 1547-1578)
Madre: Bárbara Blomberg. Reconocido militar y diplomático de enorme prestigio. Gobernador de los Países Bajos.
Esposas, amantes e hijos de Felipe II
Amantes
-Isabel de Osorio (1522-1589)
Fue amante de Felipe II hacia el 1545 antes de su matrimonio con Mª Manuela de Portugal. Isabel de Osorio tuvo dos hijos, Bernardino y Pedro, aunque nunca se supo quien fue realmente el padre.
-Eufrasia de Guzmán (¿?)
Fue posiblemente amante de Felipe II entre 1559 y 1564 mientras este esperaba que su esposa Isabel de Valois cumpliese la edad para consumar el matrimonio. Tuvo un hijo y una hija, siendo uno de ellos atribuible a Felipe II sin haberse confirmado nunca tal punto.
Esposas e hijos
-María Manuela de Portugal (1527-1545)
Infanta de Portugal. Matrimonio con Felipe II desde 1543 hasta 1549. Tuvieron un hijo varón, el infante Carlos, que falleció a los 23 años.
-María Tudor (1516-1558)
Reina de Inglaterra. Esposa de Felipe II desde 1554 hasta 1558. No tuvieron descendencia.
-Isabel de Valois (1546-1568)
Infanta de Francia. Casada con Felipe II desde 1560 hasta 1568. Tuvieron 3 hijas: Isabel Clara Eugenia, Catalina Micaela y Juana (esta última fallecida junto a su madre en el parto).
-Ana de Austria (1549-1580)
Archiduquesa de Austria. Sobrina de Felipe II y su esposa desde 1570 hasta 1580. Del matrimonio nacieron cuatro hijos: Fernando, Carlos Lorenzo, Diego Félix, Felipe (el futuro Felipe III) y María. Todos, a excepción de Felipe murieron siendo niños.
Los territorios de Felipe II
Su padre, Carlos I, había reunido en su persona una increíble herencia:
-De su abuelo paterno, Maximiliano de Austria, las tierras de los Habsburgo en Europa central.
-De su abuela paterna, María de Borgoña, numerosos condados y señoríos en los Países Bajos y el Franco Condado de Borgoña.
-De su abuela materna, Isabel la Católica, Castilla, los puestos de avanzada castellanos en el norte de África, el Caribe y América Central.
-De su abuelo materno, Fernando el Católico, Aragón y los dominios aragoneses de Nápoles, Sicilia y Cerdeña.
A su vez, Carlos I había aumentado a esta impresionante herencia varias con provincias de los Países Bajos, el ducado de Lombardía en Italia, Túnez, los territorios del imperio azteca y el imperio inca de Perú.
Pero también la herencia incluía cuatro enemigos. Dos religiosos (los protestantes y el papado) y dos políticos (Francia y el Imperio otomano).
Durante el reinado de Felipe II estos territorios fueron ampliados con Portugal, Filipinas y La Florida y, durante el periodo de 1554 a 1558, fue rey consorte de Inglaterra e Irlanda.
La infancia y adolescencia
Desde los cuatro años, en los que se registran por escrito algunos de sus diálogos, Felipe II tiene la madurez “como si pasase de diez años”. No quiere cabalgar en su pequeña montura sentado como un niño si no es con los pies en los estribos, cede a su hermana su puesto en la litera real junto a su madre y ya viste calzas y jubón, en vez de la larga vestidura destinada a los infantes.
Comienza a asistir con su madre a torneos, festivales y otras actividades públicas mientras pasaba la infancia alejado de su padre, atareado en sus tareas políticas en Italia y Alemania.
Cuando en 1533 vuelve a ver a su padre, a los seis años de edad y con Orden del Toisón de Oro ya en su poder, ya no monta a mula sino a caballo, pero todavía no sabe leer ni escribir, aunque llega a memorizar historias como las del Cid. En 1534 el emperador Carlos pondrá remedio a eso dotándolo de un profesor, Juan Martínez del Guijo, escritor de libros de Filosofía y Matemáticas y catedrático de filosofía en Salamanca.
Muy poco más tarde, a los ocho años, su padre Carlos decide apartar a Felipe de “el poder de las mujeres” y decide crear una corte propia para él a imitación de la del último príncipe nacido en España, su tío-abuelo don Juan de Trastámara.
Una corte donde, atendido solo por hombres y pajes masculinos, atendió a las enseñanzas de su profesores Martínez del Guijo para las letras y buenas costumbres y de don Juan De Zúñiga para el arte militar y el ejercicio físico.
A partir de los 8 años ya demuestra una gran inclinación por lo religioso y, sobre todo, por la caza, actividad última que prefiere por encima de todas (por supuesto también, a la del estudio) y ya dispone de su propia armadura con la que ir a presenciar justas.
A los doce años, en abril de 1539, Felipe pierde a su querida madre Isabel. Su padre se retiró durante siete semanas a un monasterio a llorar su muerte y mandó a sus hijas a Arévalo para alejarlas de la corte. Dejó a Felipe encargado de las exequias de su madre en lo que sería su primer acto publico en solitario.
En noviembre, el emperador Carlos decide partir a los Países Bajos, donde las revueltas en su contra hacen peligrar la estabilidad en estas posesiones y deja a Felipe como su regente nominal en España, aunque con el poder efectivo en manos del cardenal Juan de Tavera y Francisco de Los Cobos, responsable administrativo y financiero de Castilla.
A su partida, Carlos entrega a Felipe dos juegos de “instrucciones” para ser aplicadas en caso de no poderlo hacerlo él en un futuro. En ellas, Carlos identifica para Felipe varias de las cuestiones que dominarán su vida política futura con notable acierto, así como las fortalezas y debilidades de la monarquía que Felipe debía de heredar. De momento Felipe no tuvo que preocuparse por ellas ya que su padre regresaría de los Países Bajos.
En su adolescencia sigue sorprendiendo su religiosidad (de los treinta ducados que recibe cada mes para sus gastos, la mitad los gasta en “actos por Dios”), y emplea el mayor tiempo posible en su afición por la caza y la cetrería mientras aprende la lucha a caballo y a pie con notable éxito, siendo de los estudios donde mayores quejas recibe el emperador de su hijo Felipe.
Carlos, decidido a acabar con estas quejas, decide cambiar su sistema de enseñanza y da un golpe de timón acercando el sistema de su aprendizaje al Humanismo. Así, su nuevo tutor Calvete de Estrella, se rodea de otros tres instructores, uno para Arquitectura y Matemáticas, otro para Historia y Geografía y uno para Teología, siendo todos personas que habían viajado por Europa y de visión cosmopolita.
Libros pro luteranos, o todas las obras de Erasmo estaban ahora en sus lecturas, obras que fueron prohibidas por los censores reales en la década de 1570, cuando Felipe ya los había leído y analizado con Calvete.
Aprendió griego (el suficiente para leer las obras de Homero en su lengua original) y algo de hebreo y arameo. En 1542 adquirió él mismo un Corán y un libro de gramática árabe.
Disfrutaba de la música y poseía capilla propia compuesta por dos sopranos, dos contraltos, dos tenores, cuatro bajos y dos organistas (uno de ellos ciego que le acompañaría en sus viajes al extranjero). Amante de las composiciones de Antonio de Cabezón, recibió también clases de vihuela.
Entre su personal, un maestro de danza y un pintor enseñaban a bailar y a dibujar tanto a él como a todos los niños de la casa real.
En 1543, a los dieciséis años, y con su padre ausente por la guerra con Francia, es nombrado gobernador de Aragón y Castilla y el 12 de noviembre se casa con su prima la princesa María Manuela de Portugal.
Ese mismo año recibe por carta las instrucciones morales y prácticas de su padre que le acompañarían y cumpliría durante toda su vida: no prometer nunca nada a cambio de otra cosa, mantener siempre su conciencia y a Dios por encima de los negocios, controlar muy mucho el poder cedido a sus ayudantes y escuchar siempre a todos antes de hablar.
El emperador Carlos, que tardaría 13 años en volver, deja ya a un príncipe que comienza este año de 1543 a gobernar como auténtico príncipe de Castilla y gobernador de las Españas.
De 1543 a 1545 continuará estudiando y, sobre todo, montando a caballo, perfeccionando sus tácticas como soldado y participando ya en torneos con armadura completa, siendo herido en las piernas en uno de ellos celebrado en Guadalajara.
En 1545, con dieciocho años, cuando terminó su formación académica, Felipe había leído y analizado con sus profesores varios cientos de libros en una ambiciosa estrategia pedagógica (solo en 1545 Felipe adquirió más de 350 libros) y ya tiene su propia divisa “Nec spe nec metu” (Ni por esperanza, ni por miedo).
El príncipe Felipe.
Que había comenzado a gobernar era obvio. Ante las cartas de su padre desde Francia apremiándole a mandarle soldados españoles y dinero con los que continuar la guerra, el príncipe Felipe ya considera, y contesta por escrito, que Castilla está demasiado exhausta para financiar más que su propia defensa.
Su padre Carlos recibe noticias de uno de sus tutores, Juan de Zúñiga (a la sazón padre del que sería amigo de Felipe toda su vida, Luis de Requesens), sobre “el asunto” de doña Isabel de Osorio (dama de honor de sus hermanas), quien muy posiblemente se convirtió en amante de Felipe, con la que se decía que había tenido un hijo y a la que otorgó prebendas y bienes hasta muchos años después.
También su mujer, María Manuela, queda embarazada para dar más tarde a luz a su primer hijo, Carlos. La muerte de Manuela, que fallece después del parto con tan solo 18 años, dejará a Felipe devastado y viudo.
Una vez recuperado, el príncipe comienza de nuevo su actividad. Crea el archivo de la Corona de Castilla en Simancas y acomete obras como la de la ampliación del Alcázar.
Discute con fray Bartolomé de las Casas la conveniencia o no de la supresión de las encomiendas de las Leyes Nuevas para en Nuevo Mundo.
En 1548, tras la boda de su hermana María con su primo el príncipe Maximiliano (más tarde Maximiliano II, rey de Bohemia, de los Romanos, de Hungría y Emperador del Sacro Imperio Germánico), a los que el mismo Felipe alecciona sobre la manera de gobernar en su ausencia, abandona por primera vez España.
Acompañado de un séquito de 500 personas, entre las que se encontraban hombres principales que acabarían forjando grandes lazos entre ellos y con el futuro monarca, se encuentran hombres como Gonzalo Fernández de Córdoba, duque de Sessa y don Pedro de Guzmán, conde de Olivares.
En una escuadra de galeras comandada por Andrea Doria y tras un mes de viaje, desembarcó en Italia y se dirigió a Génova donde su altanería le hizo ganarse pronto fama de insolente entre los genoveses.
Esta fama mejoró poco después en Trento, localidad italiana fronteriza con Alemania, donde Felipe bailó, cenó y bebió tanto con luteranos como católicos.
De allí viajaron a Múnich y a Augsburgo y de allí a Bruselas donde esperaba reunirse con su padre Carlos después de seis años de separación.
Una vez con su padre, viajaron juntos por todas las provincias para conseguir el compromiso de sus gobernantes de aceptar a Felipe como legítimo sucesor de Carlos.
Felipe pudo hacer gala repetidamente de su destreza militar participando en varias justas, siendo derribado en una de ellas por su amigo y antiguo paje Luis de Requesens, quedando insconsciente.
En Utrecht, Rotterdam, Ámsterdam y Bruselas (donde permaneció todo el invierno de 1549-50), Felipe sigue formándose en el gobierno, asistido por su padre, y alimentando su buen gusto por el arte.
En Bruselas conoce la fantástica colección de arte y libros de su tía María de Hungría y Pierenot y entabla amistad con el pintor Antonio Moro.
También pasa algunas noches de jarana, gastando toda la noche en música y apareciendo visiblemente trastocado por las mañanas.
Permanece casi un año en Augsburgo, mientras Carlos y su hermano Fernando dirimen diferencias entre cómo repartir responsabilidades entre sus dos hijos, Fernando y Felipe, y trata mientras tanto con notable amabilidad y cordialidad a numerosos príncipes luteranos.
Antes de su vuelta a España, tres años después de su partida, compra en Augsburgo tres caras armaduras para participar en justas y conoce en profundidad la obra de Tiziano.
Al poco de llegar a España, la situación política se complica. La flota otomana ha tomado Trípoli y Enrique II ha declarado de nuevo la guerra.
Un imperio en transición 1551-1558
Mientras su padre le sigue pidiendo dinero, él sigue contestando que España está necesitada del mismo y que debe preparar el próximo ataque de Francia. La sorpresa vino cuando Enrique II de Francia no atacó España, sino que invadió Lorena y enclaves imperiales como Metz y Verdún.
Carlos, con su hermano Fernando declarado neutral, careciendo de tropas y dinero, debe de huir vergonzosamente. Es en este momento cuando Felipe advierte el peligro y recauda el dinero y las tropas necesarias para auxiliar a su padre.
Felipe, que se ofreció para participar con él en la defensa de sus territorios, no fue autorizado por su padre para viajar hasta allí. Carlos, una vez reunida una fuerza de 55.000 hombres asedió Metz en una campaña que resultó ser un auténtico fracaso, con miles de muertos y desertores en su bando.
Derrotado, Carlos se retira a Bruselas, atormentado psicológicamente y muy aquejado de mala salud. Durante tres meses, su hermana María de Hungría asume la dirección de los asuntos cotidianos de la Monarquía mientras Felipe gobierna en España y su sobrino Fernando en Alemania.
En 1553 Carlos permite el viaje de Felipe a Bruselas, no sin antes hacerle saber que deberá llevar una buena cantidad de dinero con la que ayudar la campaña de los Países Bajos, pero Felipe acaba de pagar casi 4 millones y medio de ducados para la defensa de Italia, España, el Mediterráneo y el sitio de Metz.
Para viajar a Bruselas, y ante la inoportunidad de dejar a España sin regente, Carlos propuso a Felipe casarse con María de Portugal, su sobrina. Adulta, inteligente y que, además, proporcionaría 400.000 escudos de dote.
Las negociaciones con Portugal, realizadas por uno de los amigos inseparables del príncipe, Ruy Silva (futuro I duque de Éboli) se detuvieron en seco ante una nueva oportunidad.
Felipe y María Tudor. Rey de Inglaterra e Irlanda 1554-1558
La muerte de Eduardo VI de Inglaterra y el ascenso al trono de su media hermana María Tudor, soltera de treinta y siete años, ofrecía una alianza por todos lados ventajosa para ambos reinos. Desde contener a Francia juntos, la posibilidad de dotar con un heredero a la corona inglesa que, además, uniría Inglaterra y Flandes o hasta ayudar a Inglaterra a conquistar Escocia.
El nuevo escenario fue asumido por Felipe con resignación y, aceptando lo inevitable, accedió a la propuesta de su padre de casarse con ella. María Tudor, reticente al casamiento y con parte de su nobleza en contra de que un español pisase Inglaterra, elaboró un tratado de matrimonio en el que se exigía a Felipe vivir en Inglaterra y no tener ningún derecho sobre este Reino si la reina moría sin descendencia.
El 6 de marzo de 1554 la boda se celebró por poderes, y con dispensa papal, ya que María era hija de la tía de su padre. Felipe no salió hacia Inglaterra hasta dejar a su tía Juana de Austria como regente en España, habiendo ésta enviudado recientemente del rey Juan Manuel de Portugal a cuya corona dejaba un heredero, Sebastián.
Partió de La Coruña hacia Inglaterra el 13 de julio de 1554 con una flota de 125 barcos para casarse presencialmente con María el 25 de julio en la catedral de Winchester.
A pesar de no tener un excesivo buen recibimiento por parte de la Corte inglesa, Felipe desempeñó su trabajo y “entretuvo” muy bien a la reina, la cual tardó cuatro días en recuperarse de su primera experiencia sexual quedando “embarazada” casi de inmediato.
María, ahora encaprichada de Felipe, hace lo posible por mejorar la posición constitucional de este, otorgándole el gobierno de Inglaterra en el caso de su fallecimiento y hasta que su hijo cumpliese los 15 años.
Todos los preparativos para el nacimiento tienen que suspenderse. El embarazo de María no deja de ser más que un embarazo psicológico y Felipe, tras un año en Londres intentando apaciguar las facciones disidentes de María, introduciendo en Inglaterra las justas y torneos y firmando junto a la Reina todos los asuntos de Estado, parte hacia los Países Bajos.
Desde allí, continúa comunicando órdenes a María por carta y se escriben semanalmente. Felipe aboga por que Inglaterra posea una potente fuerza naval y recomienda la construcción de nuevos barcos de guerra (algo que se hace), nombra cargos de Estado y favorece la reconciliación de Inglaterra con Roma (algo que consiguió con éxito en muy poco tiempo y que incluyó una depuración en la que se ejecutó a unos trescientos protestantes).
También promovió unas negociaciones de paz con Francia en las que Isabel de Valois (hija del rey de Francia Enrique II) contraería matrimonio con su hijo Carlos. Estas negociaciones, rotas por la muerte del papa Julio III, se encontraron con el muro de Pablo IV (que había sustituido a Marcelo II tras un papado de 21 días) que, lejos de fomentar la paz, planeaba un ataque conjunto francés-otomano con la participación de estados italianos hostiles a las posesiones de los Habsburgo.
Felipe había testamentado en 1557 (estando en Inglaterra) que su hijo Carlos (tenido con María Manuela de Portugal) poseería sus posesiones hereditarias (incluyendo los Países Bajos), mientras que el descendiente nacido con María Tudor (si lo hubiese), heredaría tan solo Inglaterra y sus territorios dependientes.
También deseaba ser enterrado en Granada con su primera mujer y pasaba la tutoría de su hijo Carlos, bien a su padre (si vivía) o si no a Bartolomé Carranza (arzobispo muy influyente en la que había sido la restauración católica en Inglaterra).
No tenía ninguna intención de que María Tudor fuese reina de España si él faltaba (incluso aunque ella firmase así). Su matrimonio pasaba por momentos de tensión al intentar convencer a esta que casase a su hermanastra Isabel con Manuel Filiberto de Saboya (primo de Felipe II y fiel defensor de los Habsburgo) y se convirtiese en heredera de María.
María, cuya madre Catalina de Aragón había sido repudiada por Enrique VIII para conseguir los favores de Ana Bolena (madre de Isabel), no podía permitir que su odiada hermanastra obtuviese su favor.
La transmisión del poder de Carlos a Felipe
Felipe, que había renunciado a sus reivindicaciones sobre el título imperial hace cuatro años, con la esperanza de conseguir el apoyo de sus parientes austriacos, parte ahora hacia Bruselas para reencontrarse con un Carlos I ya exhausto, viejo y enfermo.
Traspasado el título de soberano de la Orden del Toisón de Oro a Felipe, se celebra la ceremonia de abdicación en la gran sala de su palacio de Bruselas el 25 de octubre de 1555, que se complementa en 1556 con el título de “Rey Católico” y que convierte ya definitivamente al príncipe Felipe en el rey Felipe II.
Aun así, Carlos I deja atados algunos nombramientos que impiden a Felipe II rodearse de la gente de su confianza y sigue pidiendo dinero a la regente de España, la princesa Juana, para la defensa de los Países Bajos mientras que Felipe II lo está haciendo para Italia e Inglaterra. La falta de fondos obliga a Felipe II a firmar una tregua con Enrique II de Francia en febrero de 1556.
Tras la abdicación ya no formal, sino efectiva de Carlos I y su retirada a Yuste, donde evita ya inmiscuirse en cualquier asunto de estado, el papa Pablo IV, en una maniobra política, excomulga a Carlos I y Felipe II ya que el III duque de Alba había aislado a Pablo IV al haber facilitado este el desplazamiento de tropas francesas para invadir territorios españoles en Italia.
Felipe, que intenta que Inglaterra lo ayude en esta guerra, se encuentra con que su tratado matrimonial lo impide, por lo que marcha a Inglaterra en marzo de 1557 para intentar convencer a María.
La batalla de San Quintín, el saqueo de Roma y la muerte de María
La batalla de San Quintín
En plena guerra con Francia, Felipe II aprueba un plan de su primo Manuel Filiberto de Saboya para asediar la ciudad francesa de Rocroi y consigue una ayuda de su mujer María Estuardo de 7.000 soldados.
Una epidemia de peste demora la salida de los ingleses y Felipe II anula los planes de Rocroi para dirigir a su primo Manuel Filiberto a San Quintín mientras él espera los refuerzos ingleses en Cambray.
Deseoso de entablar su primera batalla después de haberlas recreado en justas y torneos, Felipe II ordena a Manuel Filiberto que no empiece la batalla sin él. Sin embargo, el ataque francés con un ejército de 22.000 hombres el día 10 de agosto (festividad de San Lorenzo) no da oportunidad a Felipe, que aun espera los refuerzos ingleses.
La impresionante victoria de San Quintín, obtenida por Manuel Filiberto de Saboya al mando, consiguió que, perdiendo apenas unos 300 hombres, hacer al ejército francés más de 12.000 bajas, incluyendo la captura de más de mil de sus nobles.
La ciudad, aun sin tomar, lo será más tarde al mando Felipe II acompañado de los refuerzos ingleses, produciéndose el saqueo total de la misma (algo usual cuando una plaza se negaba a la rendición).
Esta victoria en el día de San Lorenzo será conmemorada por Felipe II con la construcción del monasterio de San Lorenzo del Escorial.
El saqueo del duque de Alba a Roma
Mientras, el duque de Alba expulsaba al ejército francés de Nápoles, cercaba y saqueaba Roma el 27 de agosto de 1557 para poner en vereda a un papa pro francés.
Pablo IV fue obligado a firmar un vergonzoso tratado de paz en el que se comprometía a no declarar nunca más la guerra a Felipe II ni ayudar a los que lo hiciesen.
Felipe segundo regresa en octubre a Bruselas, donde pide dinero para sufragar el coste de esta victoria tan onerosa y, ante la falta de dinero, se ve obligado a licenciar temporalmente a sus tropas.
Esta coyuntura es aprovechada por el ejército francés que el 31 de diciembre de 1557 que con 30.000 soldados invade el enclave inglés en torno a Calais, la única posesión inglesa continental de Inglaterra.
La pérdida de Inglaterra e Irlanda. Muere María Tudor
Mientras tanto, María Tudor anunciaba a sus 42 años estar embarazada de nuevo, algo que ya pocos creían, y que corroboraría la misma María en mayo de 1558.
El estado de María ahora, enferma y depresiva, suscita de nuevo el interés de Felipe II por retomar el casamiento de su hermanastra Isabel con el duque de Saboya, lo que aseguraría, en el caso de fallecer esta y testificar a favor de Isabel, tener el control sobre Inglaterra. María, sin embargo, muere el 17 de noviembre de 1558 a los cuarenta y dos años.
Con la muerte de María I de Inglaterra, Felipe pierde el Titulo de rey de Inglaterra e Irlanda. Cuatro meses más tarde, los últimos sacerdotes enviados por Felipe II a Inglaterra abandonan el país y el catolicismo mayoritario en instituciones como la Universidad de Oxford empieza a ser desmontado.
La intención de Felipe de regresar a España, haciendo volver a su tía María de Austria para hacerse cargo de los territorios de Flandes se encontrará con dos hechos que trastocarán todos los planes. Carlos I muere en Yuste el 21 de septiembre de 1558 y su tía María de Austria y Hungría el día 18 del mismo mes.
Felipe segundo entra en un estado de melancolía que le impide ocuparse de sus asuntos, ha fallecido su esposa, su padre y su querida tía en un breve espacio de tiempo y las dificultades económicas son apremiantes.
No será hasta el 1 de enero de 1559 en el que se vea a Felipe II cenar en público de nuevo y la corte renueve su actividad normal. Ahora Felipe, sin la influencia de su padre y su tía, tiene libertad absoluta de decisión para su vida personal y, cómo no, real.
Su responsabilidad de Estado le hace negociar, a través del duque de Feria, un posible matrimonio con Isabel (su cuñada, hermanastra de María Tudor), aunque la negativa de esta por deber de mantenerse en la Fe Católica, que entrase de nuevo un rey extranjero en la corte y su deseo de permanecer soltera frustraron el enlace.
Mientras, María Estuardo de Escocia, que podría aspirar al trono inglés, ya estaba casada y, además con un enemigo de Felipe II como era el rey de Francia Francisco II.
Felipe II, el rey prudente. Los Consejos generales
Aunque ya no fuese rey de Inglaterra y no hubiera sucedido a su padre en el título imperial, Felipe II gobernaba ahora en un imperio de cincuenta millones de personas que abarcaba desde Filipinas hasta España, pasando por México, Perú, los Países Bajos y la mitad de Italia.
La cantidad de información y de asuntos a tratar pronto obligaría al rey a quedarse hasta altas horas de la madrugada trabajando, despachando y firmando papeles, algo que será característico durante el resto de su vida.
Felipe II prefirió mantener en su gobierno el sistema de los Consejos permanentes heredados tanto de su padre como de sus bisabuelos los Reyes Católicos e introdujo únicamente tres consejos más entre 1555 y 1588.
Cada Consejo contaba con un presidente, un secretario y varios consejeros; además existía una Junta permanente denominada de Obras y Bosques.
Los Consejos generales fueron:
-Consejo Real de Castilla
-Consejo Real de Aragón
-Consejo de la Santa Inquisición
-Consejo de Órdenes
-Consejo de Cruzada
-Consejo de Aragón
-Consejo de Italia
-Consejo de Portugal
-Consejo de Flandes
-Consejo de Cámara
-Consejo de Estado
-Consejo de Indias
-Consejo de Guerra
-Consejo de Hacienda
-Junta de Obras y Bosques.
La correspondencia y burocracia generada fue tal que, en 1570, un informe sobre cómo distribuir al rey los distintos asuntos de los Consejos contenía 326 categorías o divisiones de distintos asuntos. Esto obligaba al rey a despachar asuntos de lunes a domingo y a todas horas, escribiendo al margen de las cartas o en cualquier otro papel sus decisiones y consideraciones.
Particularmente difícil le resultaban al rey Felipe II los asuntos de Hacienda, de los que en muchas veces comenta entender poco.
Por otro lado, los secretarios disponían del poder de seleccionar y filtrar las informaciones antes de presentarlas al rey. Es así como con sus lógicas rivalidades entre ellos y sus partidarios, generaron la coexistencia de varias facciones dentro del gobierno.
La rivalidad entre Ruy Gómez Silva, amigo desde la infancia de Felipe II y defensor de una política más “papista” y el duque de Alba con una tendencia más “castellanista” provocó que casi cada consejero tuviese que alinearse con una u otra opción.
Por otro lado, todas las familias importantes luchaban por tener puestos en el gobierno o puestos para sus numerosos miembros, con lo que se generaron numerosos roces y rivalidades entre ellas, así como con los ministros y otros hombres en el poder.
Felipe II era plenamente consciente de estas rivalidades y generó también canales de comunicación directa que garantizaban la “entrega en su mano” de documentos sin que ningún ministro pudiese interceptarlas, así como utilizó la interceptación de otras cartas de aquellos de los que desconfiaba.
Receloso, sin decir nunca abiertamente lo que pensaba y ocultando sus intenciones, Felipe II se garnjeó la fama que le acompaño siempre, ser “el rey prudente”.
Francisco de Eraso
Mejorar la experiencia de gobierno hizo que Felipe II promoviese que algunos de sus ministros trabajasen en varios Consejos a la vez. Así pues, materias afines como Estado, Guerra y Hacienda o Indias y Hacienda, podrían mejorar (al menos en teoría) la coordinación entre sus asuntos.
Esto provocó que gente como Francisco de Eraso se convirtiese en secretario de seis Consejos y miembro de dos más acumulando un poder que provocó un sonoro caso de corrupción en el que Eraso fue destituido y multado. A partir de entonces se decretó que se llevasen en paralelo dos libros de la contabilidad del Consejo de Hacienda y supuso la devolución de casi todas las tareas de la monarquía a un solo ministro: el cardenal Espinosa.
Diego de Espinosa
Espinosa, “persona de muchas letras, virtud y prudencia”, con las carreras de Derecho Civil y Eclesiástico, profesor de la Universidad de Salamanca, entre cuyos alumnos tuvo a San Francisco de Borja logró una supremacía sin precedentes a partir de 1568, llegando incluso a ser cardenal.
Espinosa, que favoreció con generosos presupuestos al duque de Alba y al conde de Feria (a los que contentó), creó también una pequeña junta que puenteaba otros Consejos e incluso una “junta a dos” con el fiel de Ruy Gómez.
Ordenaba a sus hombres de confianza llevar a cabo visitas inesperadas a otros organismos para vigilar y detectar casos de corrupción.
La política inflexible de Espinosa llevaría primero a los flamencos y luego a los moriscos de Granada a rebelarse contra Felipe II. De nuevo, el enorme poder tomado por solo una persona, haría que, a la muerte de Mendoza, el rey optase por no nombrar un sustituto.
Mateo Vázquez
Tras la muerte de Espinosa en 1572, un secretario de este, Mateo Vázquez, propuso a Felipe II hacerse cargo de toda la correspondencia y entregarle resúmenes. El rey aceptó nombrándolo secretario general y actuó coordinando las Juntas informales que había ideado su antecesor.
Sin embargo, la administración se convertía cada vez en más compleja. Los asuntos son cada vez más extensos y suceden en mayor número. Los memoriales de los ministros, de los Consejos y las numerosas peticiones de particulares pidiendo pensiones, perdones, cargos, atrasos, licencias de impresión, hábitos, encomiendas de órdenes militares, cartas de legitimación, etc. hacen llegar un promedio de 1.000 memoriales al mes.
Cada memorial requería una respuesta del rey y, por ende, una decisión y Felipe y su secretario trabajan por tanto de sol a sol.
Aun así, y gracias a la alta formación de sus servidores, Felipe II se hacía cargo con razonable eficacia de todos los asuntos que llegaban a su mesa, aunque no pudo evitar las críticas ante las demoras en algunas contestaciones y las indecisiones en algunas otras.
Felipe II, ya adicto al papeleo, en un estilo administrativo en el que trataba por escrito cualquier asunto por nimio que resultase, desesperaba en muchas ocasiones a sus secretarios, viendo al rey ocupado en asuntos baladíes mientras dejaba a su vez postergados otros más importantes sobre su mesa.
A esto, además, había que sumar el tiempo dedicado a las audiencias (en la corte residían enviados o embajadores de catorce estados), recepciones y toda una batería de eventos protocolarios. Todo esto provocó que cada vez permaneciese más en El Escorial, al haber prohibido allí las audiencias.
El rey y su Dios. Felipe II, el rey santo.
El estar en El Escorial le permitía, además de racionalizar su tiempo libre, poner en orden sus pensamientos y abrazar con mayor tranquilidad sus momentos de oración y de fe.
Devoto por convencimiento, fue alimentando su fe conforme avanzó en edad y fue un ávido lector de Fray Luis de Granada y Santa Teresa de Jesús (a la que conoció personalmente, al igual que San Ignacio de Loyola).
Guardaba la Semana Santa, asistiendo a los oficios, confesándose y orando y aprovechando estas y otras celebraciones de la Iglesia para poner su cabeza en orden y tomar algunas de sus decisiones más difíciles.
No contento con su propia fe, intentó traspasar la misma a sus súbditos, ordenando a sus prelados que llamasen al rezo público, ya fuese bien por Flandes, por la salud de la reina, por agradecer la victoria en Lepanto o por pedir por el buen suceso de la Felicísima Armada.
Elaboró, además, algunas pragmáticas con las que regular de manera más cristiana el juego o la prostitución. Cuando se trataba de tomar decisiones que implicaban juicios morales convocaba a menudo una Junta de Teólogos especial.
En el día a día, la correspondencia y el trato con su confesor, especialmente con Diego Chaves, que lo fue desde 1578 hasta 1592, le daba las respuestas a la moralidad o no de sus decisiones más triviales.
Su fe en las reliquias, que comenzó en 1550 durante su viaje por Alemania, se mantuvo durante toda su vida y llegó a a reunir, con permiso papal, una colección de 7.422. Reliquias que no eran solo coleccionadas sino muy veneradas por Felipe II.
Sus discursos muchas veces hacen alusión a la voluntad de Dios, a la conservación de la fe y de la religión católica. Cada éxito o victoria que se cosecha en decisiones o batallas es atribuido al favor divino; sus reveses y fracasos se asumen como si así Dios hubiera querido. Felipe II no distingue entre sus propios intereses y los de Dios.
En el arte encargado por Felipe II a Tiziano, El Greco, Sofonisba Anguisciola o Pomepio Leoni, el rey aparecerá frecuentemente rezando o bien en presencia de Dios y su corte. Su hermana Juana profesa votos de pobreza, castidad y obediencia y todos sus mejores hombres de poder, desde Juan de Austria a su amigo Ruy Gómez de Silva invocan a Dios en sus escritos.
Felipe Segundo y la Reforma
Entusiasta defensor de la fe, toleró la ejecución de trescientos protestantes en Inglaterra desde 1555 hasta 1558 y de otros tantos en los Países Bajos entre 1556 y 1566 además de presidir cinco autos de fe.
Instó a Carlos IX de Francia a ser más duro con sus súbditos protestantes y contempló con agrado la masacre de San Bartolomé que provocó la muerte de entre 10.000 y 20.000 personas en toda Francia.
Sin embargo, Felipe II, educado como vimos en principios humanistas fue siempre más partidario de encontrar un término medio entre católicos y protestantes que favoreciera la paz y tuvo siempre entre sus lecturas algunos documentos fundamentales del luteranismo.
Con el deseo de acabar con el cisma entre católicos y protestantes, aplaudió la reanudación, en 1562, del Concilio de Trento y se esforzó en congregar en este la mayor parte posible de prelados y teólogos de sus dominios.
El Concilio, que no logró el objetivo de reunificar a protestantes con católicos, sí que supuso para la Iglesia Católica una auténtica catarsis, en la que Felipe II se hizo valer con las instrucciones dadas a sus representantes.
Felipe II intentó adaptar en sus territorios algunas decisiones que no le convencieron del Concilio (como una reglamentación más austera de conventos y monasterios deseada por él), algo que provocó algunas fricciones con el papado.
Mientras, financió y auspició la Pietatis Concordiae, una empresa para publicar los textos sagrados de manera consensuada con los protestantes y en varios idiomas, labor que se llevó a cabo entre 1569 y 1573.
Posteriormente, el recelo de los papas hacia Felipe II por su enorme influencia y sus continuas intromisiones provocó un distanciamiento tanto con Gregorio XIII como Sixto V, que encargó una edición rival de la biblia del rey y a la que dio una licencia de exclusividad en el mundo católico.
A pesar de todo, Felipe II dispuso de amplios privilegios eclesiásticos, como nombrar personalmente a obispos y abades de sus posesiones, ejerciendo el conocido como “Patronato Real”, y continuó litigando con los papas cualquier aspecto que no fuese de su agrado, desde las maneras de cantar misa hasta la misma ropa de los prelados o que el nuevo calendario gregoriano incluyera santos como San Isidro.
Felipe II mantuvo férreamente su hegemonía tanto en la Iglesia española así como la de los Países Bajos y las Indias de tal manera que se llegó a afirmar que “no hay papa en España”.
Con Roma rodeada de territorios españoles que la abastecían de vino y trigo y con los antecedentes tanto del saco de Carlos I en 1527 y el saco realizado por el duque de Alba treinta años más tarde, la Iglesia podía tensar la cuerda, pero no romperla.
Isabel de Valois y la paz de Cateau-Cambrésis
Enrique II de Francia había propuesto a Felipe II un plan de paz que incluía que su hija Isabel de Valois se casase con su hijo Carlos (fruto de su primer matrimonio con Mª Manuela de Portugal).
El rey, viudo ya de María Tudor y rechazado por Isabel I en su propuesta de matrimonio, prefirió ser él y no su hijo el que aceptase la oferta, aunque Isabel por entonces contase por entonces con tan solo 12 años de edad.
La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada el 3 de abril de 1559, resultaba notablemente favorable para Felipe II, fortaleció notablemente su posición en Europa y duraría más de treinta años.
En lo negativo, al acercarse a Francia, reducía su capacidad de intervenir en los asuntos de Inglaterra, lo que incluso le llevó a pensar en retrasar la firma de la paz hasta no haber conseguido que Inglaterra adoptase para siempre el catolicismo.
Felipe II sabía que el triunfo del protestantismo en Inglaterra pondría en peligro su control sobre los Países Bajos y en su deseo estaba mantener una buena relación con su excuñada Isabel I.
Por otro lado, la situación económica en España reclama su presencia y decide abandonar los Países Bajos. Dejando a su hermana Margarita ejerciendo de regente en los Países Bajos (Margarita era medio-hermana de Felipe II, hija de Carlos I con una de sus amantes) y a Antonio Perrenot de Granvela, uno de los mejores asesores que tuvo nunca, Felipe II emprende el viaje a España el 25 de agosto de 1559 para ya no volver nunca.
Otro efecto de la paz de Cateau-Cambrésis fue que Felipe II, ahora en paz con Francia, podría dedicarse a otro de sus mayores enemigos, el Imperio Otomano.
La Inquisición y la herejía
En España, la preocupación de un posible auge del protestantismo iba en aumento. La herejía en Castilla se iba enraizando y en Valladolid es descubierto un convento luterano.
Las noticias de células protestantes en Salamanca, Zamora, Palencia, etc. , en las que además participan personas de hondo calado social y cultural, en algunos casos muy bien relacionadas con el propio Felipe II, disparan las alarmas de la Inquisición.
Incluso Bartolomé de Carranza, que ayudó a instaurar el catolicismo en Inglaterra durante el reinado de Felipe II en la isla, fue acusado de herejía por el inquisidor Fernando de Valdés, lo que llevó a un juicio que se prolongó durante 17 años desde 1559 hasta 1576, en el que tuvo que declarar como testigo hasta el mismo Felipe II y que necesitó la intervención sucesiva de 3 papas.
La labor de la Inquisición, ahora más férrea de lo acostumbrada, se ensaña con libros y publicaciones y durante los siguientes 40 años se condenarán a pena de galeras, y algunos pena de muerte, a casi 500 acusados de luteranismo.
Las revueltas en los Países Bajos
Primera revuelta
El desastre de los Gelves de 1560 obligó a retirar los Tercios españoles de los Países Bajos para apuntalar el Mediterráneo algo que si bien contentaba a las provincias del norte de Europa, cansadas de la presencia de las tropas españolas, ponía a Felipe II y a su regente en los Países Bajos, su hermanastra Margarita de Parma, en clara inferioridad en el supuesto de cualquier altercado.
El deseo de controlar la situación, llevó a Felipe II a elaborar un plan de aumento de la presencia eclesiástica fiel al catolicismo en todos los Países Bajos, que hasta ahora solo había necesitado de cuatro obispos.
El nuevo arzobispo de Malinas y cardenal Antonio Perrenot de Granvela, dispuesto a instaurar el Tribunal de la Santa Inquisición en los Países Bajos, se encontró con la oposición del duque de Egmont, Guillermo de Orange y de todos los demás ministros y nobles.
El miedo a instaurar un régimen ultracatólico en un lugar donde el comercio con el mundo protestante era esencial y las órdenes de Granvela de sustituir puestos eclesiásticos de la nobleza local por otros de su agrado, levantó ampollas.
Granvela, apoyado por el duque de Alba, se granjeó pronto muchos e importantes enemigos, incluso grandes defensores de la fe y de su rey, como Ruy Gómez y Francisco de Eraso.
En 1564, apartado por Felipe II y haciéndolo abandonar Bruselas, los nobles disidentes convencieron a Margarita para detener la implantación del nuevo proyecto eclesiástico e inquisitorial. Miles de exiliados protestantes que habían huido a Francia, Inglaterra o Alemania, regresaron. Las misas calvinistas se multiplicaron por entonces los fines de semana.
El conde de Egmont, que había luchado y vencido en Gravelinas y San Quintín se desplazó hasta Madrid en 1565 para proponer al rey la derogación del castigo de herejía y reforzar el Consejo de Estado, propuestas que fueron contestadas con total ambigüedad por Felipe II.
La ejecución por herejía de seis anabaptistas colmó el vaso de la paciencia. Más de cuatrocientos nobles flamencos firmaron el llamado “Compromiso” exigiendo la abolición de la Inquisición y de las leyes contra la herejía.
Apoyados por el príncipe de Orange, que dimite de su cargo el 5 de abril de 1566, entran a caballo trescientos nobles armados al palacio de Margarita a presentar sus peticiones. Margarita accede, aunque deberá pedir el permiso de Felipe II.
Margarita comunica a Felipe II el 19 de julio de 1546 que, o bien regresa a Flandes y toma las armas, o autoriza las concesiones que ella misma ha hecho. Felipe, sobrepasado por los hechos, otorga todas las concesiones hechas por Margarita.
A pesar de todo, el ambiente caldeado de los Países Bajos estallará el 10 de agosto de 1566, año que será recordado por los flamencos como “Het wonderjaar” (el año de milagros).
Ese día, un grupo de protestantes entra en un monasterio y destroza todas sus imágenes, el culto católico se ve prácticamente suspendido y Margarita advierte por carta que la mitad de la población practica ya o simpatiza con la herejía.
Con el comercio suspendido, la subida del pan agrava la situación. El día 22 de agosto de 1566 una columna de calvinistas entra en Gante y destroza todas las imágenes y vitrinas de las iglesias de la ciudad. Durante el resto del mes les siguen otras iglesias hasta un total de 400.
El temor de que con estas revueltas en Flandes pudiesen contagiarse a Milán o Nápoles requería de una rápida respuesta.
Aunque el duque de Alba, ya con sesenta años y enfermo de gota, declinó hacerse cargo de la situación, la negativa también del duque de Parma (Octavio Farnesio, casado con su hermana Margarita) y de Manuel Filiberto de Saboya (vencedor de San Quintín), obligan a Alba a hacerse responsable de la operación.
Alba viajó a Milán para hacerse cargo de su ejército de veteranos y trasladarlos hasta los Países Bajos por el llamado “Camino Español” en un viaje de dos meses.
Mientras, Margarita, que había utilizado el dinero mandado por España para reclutar tropas, había conseguido derrotar un ejército rebelde, apaciguar varias ciudades e incluso provocar la huida de disidentes como el príncipe de Orange.
Alba, por su lado, captura en Flandes a dos históricos disidentes caballeros de la Orden del Toisón de Oro, los condes de Egmont y Hornes, que acabarán siendo ejecutados.
El 3 de marzo de 1568, Alba coordina el arresto de más de 500 sospechosos en todos los Países Bajos. En los siguientes cinco años, el Consejo de Trublas juzgó a otros 12.000, de los cuales 9.000 serían condenados a la pérdida de todo o parte de su patrimonio y ejecutados más de 1.000.
En 1570, Felipe II urde la ejecución secreta de otro noble flamenco, esta vez en España; Floris de Montmorency, barón de Montigny.
Guillermo de Nassau, príncipe de Orange, junto a su hermano Luis de Nassau, recluta tropas en Francia e Inglaterra para hacer la guerra al duque de Alba. Ambos serían derrotados por el duque español.
Orange y otros cerca de 60.000 hombres, mujeres y niños salen exiliados hacia Inglaterra, Francia, Escocia y Alemania.
Alba se preocupó, además, de establecer nuevos impuestos con los que sostener sus campañas militares y quedó en los Países Bajos a petición de Felipe II hasta 1573.
Segunda revuelta.
Algunos de los exiliados holandeses pasarían a formar parte de una flota de 30 barcos corsarios que atacarían en lo sucesivo, y siguiendo las órdenes de Orange, el tráfico marítimo español o de sus aliados. Serían los llamados “mendigos del mar”, cuyas ganancias financiarían la causa de este.
La recesión económica, las inundaciones, las condiciones climatológicas adversas que provocaron la congelación de los ríos y la aparición de una epidemia que asoló el país, junto a la negativa de Felipe II de mandar dinero desde España y el impago de los impuestos por parte de las provincias dejaba a Alba sin opciones.
En 1572 el comercio cierra como señal de protesta y la indignación de la gente crece. El 1 de abril de 1572, una fuerza de 1.100 “mendigos del mar” ocupa el puerto de Den Brielle en Holanda. Poco después la revuelta llega a Vlissinghen y a Enkhuizen.
Un grupo de protestantes franceses toma por sorpresa la ciudad de Mons. En junio van der Berg y sus tropas alemanas toman Zutphen.
El propio Orange cruza el Rin a la cabeza de un ejército de 20.000 hombres y comienza a conquistar ciudades en la provincia de Limburg.
El duque de Alba con 67.000 hombres da prioridad a defender el sur y reconquistar Mons, lo que consigue en septiembre de 1572. Orange se ve obligado a replegarse y huir.
El rey de Francia Carlos IX, que ha prometido ayuda a Orange para que el líder calvinista francés Gaspar de Coligny y sus seguidores protestantes invadan los Países Bajos alienta secretamente por el contrario, una revuelta de los católicos en París (ciudad con prevalencia católica).
La llamada Matanza de San Bartolomé del 24 de agosto de 1572, se cobrará la vida de Coligny y de casi todos los protestantes franceses de París y otras ciudades.
Con Francia controlada y Orange en retirada, Alba aplica una brutal represión ejemplarizante en ciudades rebeldes como Mechelen, Zutphen y Naarden con el fin de advertir a otras poblaciones sublevadas.
Esa política, sin embargo, afianza la decisión de resistir. En julio de 1573 la ciudad de Alkmaar aguanta dos embestidas de Alba obligándole a retirarse. Como aun se dice en Holanda “la victoria empezó en Alkmaar”.
La llegada del duque de Medinaceli a los Países Bajos como relevo de Alba, que tenía ya sesenta y cinco años, y la consiguiente existencia de un doble mando de dos personas antagónicas provocó no pocas asperezas entre ambos duques.
Felipe II decide en 1573 retirar a ambos duques y sustituirlos por don Luis de Requesens, que es autorizado por Felipe II para llevar a cabo una estrategia de mano blanda e indultos generales para intentar revertir la situación, estrategia que nunca se llevaría a cabo.
Felipe II inicia mientras tanto unas conversaciones con Estambul a fin de solicitar una tregua que le permita dedicar todos sus recursos a sofocar la rebelión de los Países Bajos, pero el ataque de don Juan de Austria, desconocedor de este acercamiento, a Túnez y Bizerta pondrán fin a las mismas.
Felipe II tiene ahora los dos frentes más activos que nunca.
En abril de 1574, Luis de Nassau (hermano de Orange) invade de nuevo los Países Bajos con un ejército reclutado en Alemania, pero es vencido por Requesens y muere en combate en la batalla de Mook el 14 de abril.
Los victoriosos Tercios, después de la batalla y tras tres años sin recibir su paga se amotinan y toman Amberes hasta que sus salarios son abonados.
Felpe segundo, recomendado por Alba y tras tener que abandonar Requesens el sitio de Leiden, se plantea seriamente anegar Holanda mediante la demolición de sus diques. Sin embargo, el nuevo motín de un Tercio español al que se le debían 18 meses de paga, hace que estos soldados abandonen el norte de Holanda. La política de “tierra quemada” no se puede llevar a cabo.
El 3 de marzo de 1575, delegados de Felipe II y Orange se reúnen en Breda y tras doce semanas de debate se rompen las conversaciones. El rey, al autorizar esa asamblea, ha fortalecido sin querer a sus enemigos, dándoles cierta legitimidad y deteniendo la campaña militar tres meses.
En marzo de 1576, Requesens muere repentinamente sin nombrar directamente un sucesor y el vacío de poder se hace evidente.
En julio de 1576 los veteranos Tercios de Flandes, con seis años de atrasos en sus pagas, se amotinan y atacan Aalst saqueándola. Las calles de Bruselas son un hervidero de gente clamando “¡Muerte a los españoles!”.
Felipe II se ve obligado a bajar el tono de sus pretensiones en los Países Bajos con el objetivo de obtener una paz tras cuatro años de guerra. Sin embargo, las ambiciones de tres personajes causarán que esta paz se quebrase de nuevo. Eran don Juan de Austria, su secretario Juan de Escobedo y uno de los secretarios reales, Antonio Pérez.
Don Juan de Austria fue nombrado (a regañadientes) sustituto de Requesens. Las disputas de Juan de Escobedo (secretario de don Juan) con Antonio Pérez y Felipe II de España por controlar a don Juan de Austria se hacen evidentes.
Antonio Pérez hizo lo posible por poner a Felipe II en contra de su hermano don Juan y su secretario Juan de Escobedo, además de demorar en lo posible la salida de don Juan de Austria a Flandes. Mientras, negociaba su propuesta para de que don Juan de Austria utilizase el ejército de Flandes con el fin de invadir Inglaterra.
Juan de Escobedo sería asesinado dos años más tarde, el 31 de marzo de 1578, muy posiblemente por orden o, como mínimo, con el consentimiento del propio Felipe II.
Antonio Pérez, por su parte, no pudo evitar que se airease su relación con Ana de Mendoza, princesa de Éboli y viuda de Ruy Gómez Silva, que acabó siendo encerrada.
El 3 de noviembre de 1576, cuando don Juan llega a Luxemburgo, la mayor parte de los 60.000 hombres que tenía Requesens han abandonado filas, quedando tan solo 11.000 y bastante descontentos.
Para empeorarlo todo, al día siguiente los españoles que habían asaltado Aalst se dirigen a Amberes que sufre una brutal destrucción en la que mueren 8.000 personas.
Los delegados de Gante publican una pacificación general que confina aisladas a las tropas españolas en Amberes.
El 15 de mayo de 1577, don Juan de Austria jura como gobernador de los Países Bajos, los Tercios son indemnizados con sus pagas atrasadas y dirigidos hacia Italia.
Sin embargo, Orange quiere libertad de culto y Felipe segundo autoriza la reanudación de la guerra el 29 de agosto de 1577 y ordenando la vuelta a Flandes de las tropas españolas.
La llegada de plata de la Flota de Indias proporciona dinero para los ejércitos y el 31 de enero de 1578 don Juan derrota de forma aplastante a las tropas de Orange en Glemboux.
En 1579, Alejandro Farnesio, nuevo gobernador, propicia que los estados del sur firmen la Unión de Arras, en la que estos estados se declaran fieles a España. Mientras, en el norte Orange consigue que algunos estados firmen la unión de Utrecht de estados sublevados a la Corona Española.
El 26 de julio de 1581, las provincias de Brabante, Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrecht anulan su vinculación con el rey de España y eligen como soberano a Francisco de Anjou.
En 1584 el Guillermo de Orange será asesinado con el patrocinio de Felipe II.
Farnesio conseguirá recuperar la mayor parte del territorio, pasando en herencia «envenenada» a su hija Isabel Clara Eugenia.
Carlos de Austria (1545-1568)
Una salud débil, un temperamento difícil y una educación basada en el absoluto consentimiento de sus caprichos durante las prolongadas ausencias de su padre, no vaticinaban un buen augurio como heredero al trono.
A pesar de los esfuerzos de Felipe II por integrarlo en el ejercicio político, su afición al juego y a las apuestas, sus continuas escapadas a prostíbulos y sus constantes salidas de tono no le daban mucha esperanza.
Endeudado por el juego y por un ansia desmesurada de coleccionismo sin criterio fue mandado por su padre a la Universidad de Alcalá, donde estudiaría junto a sus primos Alejandro Farnesio y su tío Juan de Austria.
El 19 de abril de 1562 un accidente al caerse por unas escaleras estuvo a punto de provocarle la muerte. En su difícil convalecencia y ya desahuciado, recupera el vigor tras presentársele unas reliquias de fray Diego de Alcalá.
Recuperado, aunque con una cabeza dañada por un traumatismo craneal, acentuó sus tremendos cambios de humor. Felipe II ya tiene claro que difícilmente podrá sucederlo.
El príncipe Carlos, que ahora desvaría, intenta por sus medios viajar hasta Italia. Pide por carta el favor de nobles italianos e incluso a su tío don Juan de Austria que, ante su negativa, tendrá que enfrentarse a un conato de asesinato por parte de Carlos.
La paciencia del rey llega a su fin el 18 de enero de 1568. A medianoche, Felipe II vestido con armadura y yelmo es acompañado por un pequeño grupo de cortesanos que reduce y detiene a Carlos para ser encarcelado de manera perpetua.
Morirá seis meses después víctima de la malaria, aunque la literatura romántica de los siglos XVII, XVII y XIX (con la ópera Don Carlo de Verdi), maquinó desde el amor de Carlos por su madrastra Isabel de Valois (de su misma edad), hasta su asesinato por parte de Felipe segundo.
Ana de Austria (1549-1580)
A pesar de sus reticencias iniciales, pero sabiéndose necesario tener un heredero varón, Felipe II accede a casarse con su sobrina Ana (hija de su hermana María y del emperador Maximiliano), boda que se celebra el 14 de noviembre de 1570.
Dándole un primer heredero varón solo un año después de su boda, el príncipe Fernando. También dio a luz a otros cuatro hijos durante los nueve siguientes años.
Ana, se convirtió (a la vez) en una segunda madre para las huérfanas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, creando así un agradable entorno familiar en torno al rey.
Carlos Lorenzo, su segundo hijo varón, falleció a los dos años estando su madre embarazada del que sería su tercer hijo, Diego Félix.
Las desgracias se sucedieron. El príncipe Fernando, el heredero al trono, murió a los siete años de disentería, al igual que su hermano Diego Félix lo hizo de viruela. Sin embargo, Ana aún tuvo la oportunidad de dejar antes de su muerte en 1580 a dos hijos más. Estos serían la infanta Isabel, que moriría con tan solo tres años y nacida poco antes del fallecimiento de su madre, y el que sería el futuro rey de España, Felipe, nacido en 1578.
A la muerte de Ana, Felipe II intentaría concertar un nuevo matrimonio con su hermana Margarita, que fue rechazado por ésta para ingresar en el convento de las Descalzas Reales de Madrid.
La rebelión de las Alpujarras 1568-1572
En 1566 el 6% de la población española era morisca, es decir, musulmanes que habían optado por bautizarse en la fe católica después del decreto de expulsión de los musulmanes por los Reyes Católicos en 1505.
Este 6% de la población no se repartía de forma homogénea, siendo el reino de Granada en el cual la proporción era mayor, en concreto de un 50%. De hecho, en algunas zonas como las Alpujarras apenas vivían cristianos “viejos”.
El 1 de enero de 1567, una pragmática de Felipe II, difundida en árabe y español, obliga a los moriscos a prescindir de su lengua, costumbres y prácticas religiosas en el plazo de un año.
El 24 de diciembre de 1568, casi 200 aldeas de las Alpujarras reconocen como rey de Granada a Fernando de Válor “Aben Humeya” en virtud de su descendencia de los califas omeyas y comienzan una serie de acciones que incluyen el asesinato de sacerdotes y oligarcas locales.
Los dos nobles hispanos de la zona, el marqués de Mondéjar y el de los Vélez contraatacaron atrozmente con sus tropas.
La llegada de don Juan de Austria para ejecutar la orden del rey de deportar a los insurrectos a otras zonas de Andalucía, calienta aún más los ánimos. El número de insurgentes crece sin parar y estos comienzan a recibir ayuda de los enemigos de Felipe segundo, que el 22 de febrero de 1570 entra en Córdoba.
Para complicar aún más las cosas, el rey de Argel, aliado del sultán otomano, envía armas y municiones para los sublevados. Cuando todo parece a punto de estallar, el anuncio por parte del rey de una amnistía a todos aquellos que se rindiesen, calmó los ánimos y la revuelta se detuvo.
Los moriscos y sus familias tanto los rebeldes como los fieles al rey, son conducidos bajo engaño a otras zonas de Castilla, bajo el pretexto de la falta de alimentos en Granada a causa de las revueltas. Hacinados y custodiados por soldados, las enfermedades, el hambre, el frío se encargan de diezmarlos.
En 1571 el rey se anexiona las tierras de los deportados y las reparte entre nuevos pobladores cristianos. Sin embargo, la pérdida de población es evidente. Entre muertos y exiliados moriscos, y a pesar de la llegada de repobladores, la población de Granada se reduce en un 25% e industrias como la de la seda se desmoronan.
El trabajo lo acabaría su hijo en 1604 con la expulsión general, algo que ya había merodeado por la cabeza de Felipe II y que no se atrevió a culminar.
El problema turco. Lepanto
En 1559, FelipeII, ordena al duque de Medinacelli la reconquista de Trípoli (Libia). Esta había estado bajo dominio español desde 1510 hasta su conquista por parte turca en 1551.
Esta decisión arrastró a Felipe II a una guerra que duraría dieciocho años y que comenzaría con un estrepitoso fracaso. En 1561, el sitio por parte otomana a los tercios españoles en Los Gelves (isla de Djerba, en Túnez), acaba con la rendición de los soldados españoles que desfilarán, más tarde, como presos en Constantinopla.
En 1569, las fuerzas otomanas lideradas por Hasán Bajá sitiaron el bastión español de Orán y aunque este fue rescatado al poco por unos refuerzos mandados desde Cartagena y comandados por Álvaro de Bazán y Andrea Doria, el tema turco ya se vislumbraba como largo y difícil.
El conflicto veneciano con los otomanos por Chipre ocasionó en 1570 que la Armada otomana zarpase de Estambul para ocupar la isla. Una vez ocupada, Venecia pidió ayuda a otras potencias cristianas del Mediterráneo, entre ellas al papado de Pío V.
Las Tres Gracias
Destinados para este tipo de ocasiones, seguían estando vigentes los tres impuestos especiales que los papas anteriores habían concedido recaudar a los soberanos de Castilla. Las denominadas 3 Gracias.
Las tres gracias permitían:
La Cruzada: La facultad de cobrar dinero de los fieles por sus indulgencias o privilegios para gastarlos en ocasión de Cruzada.
El Subsidio: Cobrar un impuesto sobre las rentas del clero para financiar galeras contra los musulmanes.
El Excusado: El derecho de la Corona a recibir un diezmo de las parroquias para luchar contra la herejía en los Países Bajos.
La batalla de Lepanto
Así pues, y con Felipe II pagando la mitad del operativo, en el que participaron también el Papado, Venecia y otros estados italianos, se preparó una flota de 200 galeras, 100 embarcaciones de transporte y 50.000 soldados que comandaría su hermano don Juan de Austria que se uniría en Mesina a las fuerzas venecianas y papales hasta completar la cantidad de 227 galeras y otros 82 barcos de guerra o armados y unos 86.000 hombres.
El 7 de octubre de 1571 se produce la batalla en la que la fuerza otomana sale derrotada y donde mueren entre los dos bandos unas 50.000 personas. Más de 8.000 otomanos son hechos prisioneros, entre ellos grandes hombres del imperio.
El debilitado Imperio turco se enfrentaba ahora a los levantamientos cristianos en tierras griegas y albanesas lo que limitó su dominio mediterráneo.
Reconstruyendo su flota y hostigando de nuevo a la República de Venecia en Chipre, mientras que España luchaba contra la segunda rebelión de los Países bajos, Venecia se ve obligada a entregar Chipre y firmar la paz con los otomanos en 1573. La gran batalla de Lepanto parecía haber servido de poco para España.
La República de Venecia, tras su acuerdo con el Imperio Otomano se ha desvinculado de la Santa Liga y ahora deja a España en solitario para controlar las incursiones turcas en el Mediterráneo.
Felipe II firmará una tregua con el Imperio otomano en 1577, después de 25 años de guerra y en plena bancarrota. Paz que se iría prorrogando anualmente hasta el fin de su reinado.
La crisis de la Real Hacienda
Aunque Flandes aportaba dinero para la campaña de Holanda al igual que hacían Sicilia y Nápoles para las guerras contras los turcos, lo cierto es que la mayor parte del presupuesto para esos dos frentes lo proporcionaba Castilla.
En agosto de 1573, la deuda es estimada en 36 millones de ducados, por lo cual, en diciembre de 1574, ya planea sobre la cabeza de Felipe II decretar una suspensión de pagos a sus proveedores. Ésta se materializaría en septiembre de 1575.
Sin dinero circulando, sin crédito posible para los tratantes y sin los ingresos esperados, la suspensión de pagos se convierte en una mala decisión.
-En septiembre de 1575, Felipe II, debe abortar por falta de fondos la misión avalada por el papado de desembarcar una fuerza pontificia en Irlanda y proclamar rey a su hermano, don Juan de Austria. La expedición sería comandada por el exiliado anglo-irlandés Thomas Stukeley.
Felipe II de España y I de Portugal
-En agosto de 1578, Sebastián de Portugal, sobrino de Felipe II, muere en una campaña de la Corona portugesa contra el gobernador de Fez y sus aliados marroquíes.
El sucesor de Sebastián era su tío abuelo, el viejo cardenal Enrique, que el 28 de agosto es proclamado rey de Portugal. Mientras, todo su ejército y la mayor parte de la nobleza permanece cautiva del gobernador de Fez o de las fuerzas marroquíes.
Felipe II, con derechos al trono de Portugal, al igual que otros cinco aspirantes, empezó a mover sus hilos haciendo que el papa Gregorio XIII rehusase a la renuncia de votos del rey cardenal Enrique para poder éste casarse y tener heredero al trono portugués.
El aspirante más fuerte al trono para rivalizar con Felipe II era don Antonio de Portugal, prior de Crato, al que Felipe II también intentó desacreditar ante el papado por ser hijo ilegítimo.
Felipe II, que iba sumando candidaturas en Portugal, se va preparando para una posible guerra por el trono portugués.
La muerte de su tío abuelo, el cardenal Enrique rey de Portugal, acontece a final de enero de 1580 y tan solo diez días después, Felipe II firma la orden de movilización de tropas para la “Jornada de Portugal”. Alba, retirado en la localidad de Uceda, es de nuevo movilizado para la guerra.
Felipe Segundo sale de Madrid a Portugal acompañado de su familia en un traslado Real que se prolongará por tres años.
Los representantes de la Junta de Gobierno Portuguesa ven como Alba, acompañado de Felipe II y el marqués de Santa Cruz, que había dirigido sus tropas desde Cádiz a Setúbal, avanzan rindiendo plazas a sus pies.
Don Antonio, prior de Crato, que pretendía hacerse fuerte en Lisboa, es sobrepasado por Alba y don Álvaro de Bazán. Más tarde cae Coímbra mientras don Antonio se refugia en Oporto, que caerá pronto en manos de Alba, aunque este vuelva a escapar.
La campaña militar es todo un éxito, sin embargo, una epidemia en Badajoz ha provocado la muerte de la esposa de Felipe II, Ana de Austria el 26 de octubre de 1580.
Felipe II será proclamado rey de Portugal el 16 de abril de 1581, reinando como Felipe I de Portugal. Ahora sus territorios incluían desde la India, Madeira, Macao, Mozambique, Guinea, Tánger, Angola…
Felipe II se aseguró de tratar a Portugal con exquisito cuidado. Se aseguró de que sus ministros trataran los asuntos en portugués e incluso hizo todo lo que pudo por hablarlo él mismo.
Mientras tanto, el papa Gregorio XIII, que no veía bien la paz entre españoles y turcos, también achuchaba al rey para derrocar a Isabel I mediante una primera conquista de Irlanda.
Sin mucho interés, mandó apenas 800 hombres voluntarios (españoles e italianos) dando como resultado el Desastre de Smerwick.
Por otro lado, don Antonio de Portugal intentaba conseguir el apoyo de Isabel I de Inglaterra para reconquistar Portugal. Esta, aunque temerosa de provocar una causa más de guerra contra ella por parte de España así lo hizo aunque de manera velada.
Don Antonio, refugiado en las Azores como paso previo a la reconquista de Portugal sería derrotado ampliamente por don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz en una impecable maniobra anfibia el día de Santa Ana de 1582.
Con fuerzas francesas e inglesas reforzando la Isla Terceira, las fuerzas de don Antonio fueron derrotadas por segunda vez por el marqués de Santa Cruz el día de Santa Ana del año siguiente, 1583.
La doble victoria de Bazán y la euforia desencadenada claman por una definitiva Empresa de Inglaterra, que reclaman tanto el Cardenal Granvela como el mismo Santa Cruz.
1585-1588 La Empresa de Inglaterra
Para mayor comprensión de este episodio, nos remitimos a nuestro artículo exclusivo sobre los episodios de la Gran Armada de 1588, al que puedes acceder en el enlace anterior.
La revuelta de Aragón de 1591
El aumento sustancial de impuestos para la Jornada de Inglaterra, las guerras de los Países bajos y la financiación de la oposición católica de Francia no tardó en poner a ayuntamientos y gremios en desafío a la autoridad de Felipe II.
Las revueltas ante estos impuestos, que surgieron desde Ávila a Madrid, pasando por Sicilia, fueron reprendidas con mano dura y a punto estuvieron de provocar una sublevación general en 1591.
En Aragón, con el duque de Villahermosa gobernando de una forma tiránica en un ambiente hostil a la Corona y con los fueros de Aragón y su particular sistema de justicia (que mantenía al fugitivo Antonio Pérez), hizo al rey mandar la figura de un virrey para controlar la situación.
Este virrey, el marqués de Almanara, sufrió en sus propias carnes el levantamiento de Zaragoza del 24 de mayo de 1591, en el que recibió heridas tan graves que provocaron su muerte unos días más tarde.
El temor por repetir en Aragón un «nuevo Flandes» es más que evidente. Siendo esto así, Felipe II manda un ejército de camino a Zaragoza que se enfrenta a unas reducidas tropas comandadas por Juan de Lanuza, que es vencido sin contemplaciones.
A finales de 1591 las cárceles de Zaragoza están a rebosar de rebeldes y en octubre se ejecutan públicamente setenta y cinco reos. El 30 de noviembre Felipe II entra en Tarazona a lomos de un corcel blanco para ser recibido por Las Cortes de Aragón y el 20 de diciembre Lanuza es decapitado en la Plaza del Mercado de Zaragoza.
Nunca más volvería a tener un motín en tierras española y esta sería su última intervención personal en un conflicto. Felipe II, con 66 años de edad ya comienza a ver sus fuerzas flaquear.
Epílogo de un rey 1593-1603
Los continuos ataques de gota, la pérdida de sus dientes (cuya higiene siempre había mimado) y un progresivo deterioro en sus facultades mentales no impiden que el rey Felipe II quiera ocuparse de todos sus asuntos sin apenas delegar poder.
En 1593, a los quince años de edad, su hijo Felipe (futuro Felipe III) hace su primera aparición pública sin su padre.
Las fluctuaciones en su estado de salud son constantes a partir de 1594. Los cambios administrativos, dirigidos a mejorar la gestión del gobierno, hacen que la Junta Grande resuma todas las consultas a él enviadas para ser vistas por el rey más tarde en su Junta de Noche.
Este sistema de Junta sirve también como tutor colectivo al príncipe Felipe.
La falta de ímpetu del viejo monarca hace que en numerosas ocasiones sus órdenes sean acatadas, pero no cumplidas. Así la expulsión de los judíos de Milán debe ordenarla en 1590, 1595, 1596 y 1597 hasta que el gobernador general de Milán hace la orden efectiva.
En 1591 mandó cinco millones de ducados a Parma con el objeto de ser empleados en una gran invasión de Francia, pero Parma gastó el dinero en liberar ciudades sitiadas por el ejército holandés y en pagar atrasos a sus soldados. Parma sería destituido por esto, aunque murió antes de poderse ejecutar dicha orden. Será sustituido por Pedro Enríquez de Acebedo, conde de Fuentes.
Mientras, los sucesivos motines de tropas en los Países Bajos impiden enviar ayuda desde Flandes a los católicos franceses.
En 1596 se crea una nueva armada para apoyar a los católicos irlandeses, que cambió su plan de conquistar la ciudad de Brest, en Bretaña, algo que ayudaba a los franceses católicos e incomodaría a Inglaterra.
Esta flota, al mando de don Martín de Padilla se enfrentará a unas tormentas que la arruinará y dejará totalmente inefectiva. Es la llamada Segunda Armada Invencible.
Fuerzas anglo-holandesas, por su parte, ocupan y saquean Cádiz durante dos semanas ese mismo año. Medina Sidonia ordena quemar 32 naves españolas para evitar que caigan en manos del enemigo.
Las guerras, las pérdidas sufridas con la armada de Padilla y el saqueo de Cádiz llevan a Felipe II a reclamar más dinero a Castilla, negociando mediante un duro regateo y duras cláusulas.
La situación económica es insostenible y se declara una nueva suspensión de pagos el 13 de noviembre de 1596.
Esa suspensión de pagos, y por lo tanto de créditos, ahoga la situación de los ejércitos de Flandes a pesar que que en el verano de 1597, el archiduque Alberto de Austria (que había sucedido como gobernador en los Países Bajos al conde de Fuentes) logra tomar Amiens.
La toma de Amiens no se puede mantener por falta de fondos. Una nueva flota para desembarcar en Inglaterra, de nuevo comandada por Padilla, debe dispersarse por las tormentas habiendo logrado desembarcar una reducida guarnición en Falmouth (la conocida como Tercera Armada Invencible).
El clima, en la llamada “pequeña edad de hielo” arruina cosechas y muchas poblaciones de la Tierra de Campos se ven diezmadas. El derrotismo es evidente en la sociedad y en el reino de España.
La triple alianza formada ahora por Isabel I de Inglaterra, Enrique IV de Francia y los líderes holandeses para coordinar sus ataques, hace que Felipe busque una paz inminente con Francia, que firma el 2 de mayo de 1598. Es la llamada Paz de Vervins.
Su hijo Felipe, que ya ha comenzado a ocuparse de asuntos menores del reino va recibiendo los últimos consejos de su padre, como no, por escrito.
Retirado en el monasterio de San Lorenzo del Escorial, el 22 de julio de 1598 queda ya postrado en cama para esperar su final durante siete semanas. En este tiempo perdona a presos y condenados a muerte, realiza donaciones a varias fundaciones reales e incluso provee de hacienda a viudas de antiguos enemigos (incluso a la de Antonio Pérez).
Ordena cómo amortajarlo y todos los detalles de su entierro. Se le llevan diariamente algunas de las reliquias de su colección que son puestas sobre sus llagas y continúa con los oficios religioso. El día 11 de septiembre de 1598, viendo de cerca ya su fin, avisa a sus hijos para despedirse, abre bien los ojos, sonríe y muere a las cinco de la mañana del día 13.
Se organizan exequias reales en Bruselas, Nueva España, Filipinas, Roma, Florencia y España se tiñe de luto. Mientras, sus detractores publican alegatos en su contra.
Algunos documentos publicados, como la Anatomía de España del fraile portugués José de Teixeira, comienzan a difundir ya la que será conocida como la «Leyenda Negra de Felipe II«.
Bibliografía:
-Felipe II. Geoffrey Parker. Ed.Planeta, 2010.
-Felipe II. Manuel Fernández Álvarez. Ed. Austral, 2010
-La monarquía de Felipe II: La Casa del Rey. José Martínez Millán y Santiago Fernández Conti. Fundación Mapfre, 2005
-Historia de España y el Mundo. wwww.historiaespanaymundo.com
-Real Academia de Historia. Diccionario Biográfico Español www.dbe.rah.es
-wikipedia.org
Excelente artículo sobre Felipe II y su tiempo, de lo mejor que he leído en este formato y muy, especialmente, exquisitamente ilustrado con imágenes de gran calidad.
Artículo básico para iniciarse en esta época.
Muchísimas gracias, Alberto. Comentarios como el tuyo nos animas a seguir divulgando la Historia.
Un fuerte abrazo.
Un artículo muy bien dotado de información y de lectura fácil y amena. No he podido dejar de leerlo desde principio a fin. Gracias, Pedro Luis. Volveré a El Escorial este fin de semana y esa visita estará iluminada, aún más si cabe, por este artículo tuyo. Un placer poder leerte. Un abrazo.
Viniendo de ti, estimado profesor, es un auténtico halago. Espero que disfrutes de tu visita a El Escorial.
Muchas gracias de todo corazón. Un fuerte abrazo.