Los asombrosos sucesos relacionados con la armada de 1588
Durante los episodios de la armada de 1588, la conocida popularmente como “Armada Invencible”, se produjeron algunos hechos extraordinarios.
El miedo a la funesta muerte al caer al mar desamparados, para mucha de esta gente que no sabía nadar y que, en muchas ocasiones, era la primera vez que se embarcaba, propiciaba un ambiente de miedo e incertidumbre a la que se amarró una profunda fe y también, cómo no, grandes dosis de superstición.
Este miedo natural ya se había hecho patente desde la antigüedad y nada, a pesar del discurrir de los siglos, ha cambiado en la gente dispuesta a navegar por los océanos que continúa, a día de hoy, aferrada a sus supersticiones o a sus creencias religiosas.
“No temo la muerte sino la lamentable forma de morir, Libradme del horror del naufragio y consideraré la muerte como un milagro”
Ovidio, Tristes, I, 2, 52-53.

La aparición de la Virgen en la Trinidad Escala
Construida probablemente en astilleros situados en las costas del mar Tirreno, La Trinidad Escala (llamada así por su dueño y patrón Jacopo de Escala) era una nao vieja, de más de 30 años, mala velera, zorrera y según Alonso Martínez de Leyva «en una armada dará mucho trabajo».
El 24 de junio de 1588 (día de San Juan), La Trinidad sorteaba con tremenda dificultad el mal estado de la mar y sus 408 tripulantes, que habían perdido cualquier referencia a la situación de sus naves compañeras y se encontraban perdidos en el océano, observaron como apareció milagrosamente la Virgen Santísima en el palo trinquete de la nave, cuando ésta se encontraba en apuros soportando lo más duro del temporal.
“Un milagro dicen que sucedió en una nave déstas, de que se queda haciendo información; envío a vuestra señoría en sustancia lo que se ha entendido, que mucho puede consolar a todos los que aquí vamos la sombra desto, cuanto más siendo verdad como lo certifican.”
El duque de Medina Sidonia a Juan de Idiáquez. AGS, E-Armadas y Galeras, leg. 455-427 y 428.
Yendo sin velas por la dureza de la tempestad, un grumete (o tal vez un paje) de 14 años, vio en el palo trinquete una imagen de la Virgen.
“Una imagen de Nuestra Señora, del pecho arriba, de grandor de dos palmos, en un lienzo muy blanco, y dijo a otros muchachos que estaban allí que la mirasen; y como ellos no la viesen y él porfiase que la veía, acudió gente a las voces y muchos de los que acudieron la vieron, que serán hasta número de 30, antes más que menos, y otros, aunque miraron hacia allá no la vieron, pero son tantos los que la vieron que sacan el negocio de duda.
Dicen los que la vieron que duró por espacio de casi media hora, y que tenía levantada la mano derecha frontero del rostro, y algunos le vieron una diadema en la cabeza que echaba de sí muchos rayos; fue muy grande la devoción que sintieron y muchas las lágrimas que derramaron todos aquellos a quien Nuestro Señor hizo la merced de descubrirla, y hincados de rodillas le suplicaban les favoreciese y librase.”
BMO, 5675. a) AGS, E-Armadas y Galeras, leg. 455-438 y 439; b) MN, ms. 390, Col. SB, docs. 911.

Desconocemos si fue por su intervención, pero lo cierto es que la nao llegó sana y salva a Gijón cuando, según los testimonios, cabían cuatro dedos entre cada una de sus tablas.
Fue el mismo duque de Medina Sidonia, Capitán del Mar Océano, el que abrió una investigación sobre estos hechos y cuyos testimonios has tenido la oportunidad de leer de primera mano.
La aurora boreal del 24 de agosto.
Por supuesto, no sabían de qué se trataba. De hecho, aunque hubiesen navegado por las latitudes del hemisferio norte, el fenómeno de la aurora boreal no es frecuente en agosto. Los documentos, sin embargo, nos dan pie a pensar que se trató de ese fenómeno el que vieron los tripulantes del galeón San Juan, almiranta de la armada, el día de San Bartolomé.

Imaginemos por un momento lo que supondría observar el espectáculo de una aurora boreal para algunos de los más de 500 hombres, marineros y soldados, que observaban por primera vez ese fenómeno.
“A las diez u once de la noche nos dio viento nornordeste con que corrimos al susudeste esta misma noche. A la dicha hora se vieron en el cielo unas señales a manera de colas de cometas estando el cielo claro; duró como dos horas. Era en altura de 59 grados”
Testimonio de un soldado embarcado en el San Juan. BMO, doc. 6683. AHN, Órdenes Militares, leg. 3512/34.
Los presagios de la monja portuguesa.
Una monja portuguesa era tenida por santa. Así lo atestigua el testimonio del embajador de Venecia en España Hierónimo Lippomano, que narra como:
“Había recibido regalos en joyas y oro por valor de más de cuarenta mil coronas y varias cartas de propia mano del Rey, una de ellas para que encomendase sus
designios en sus oraciones, y anunciándole que deseaba ir a Portugal para visitarla y besar su mano”.
BMO, doc. 6953. CSPV, vol. 8, doc. 794.
No sabemos cómo, pero sí que sabemos que el rey Felipe II quedó subyugado ante sus aparentes dotes de santidad de la monja María de la Visitación.
Poco tardó en descubrirse su mentira. En apenas los días que transcurren desde el 24 de diciembre de 1588 hasta el 31 del mismo mes, los servicios de información de la Corona ya han descubierto el fraude.

“Por fingir ser una santa y poseer falsos estigmas y heridas de Cristo Nuestro Señor en su cuerpo, los cuales estigmas eran pintados sin intervención del demonio, y por otros cargos de falsedad.”
BMO, doc. 6954. CSPV, vol. 8, doc. 795.
María de la Visitación, superiora de la Anunciación en Lisboa, había jugado con fuego a la hora de predecir el destino de la Armada en su intento de derrocar a Isabel I.
Un religioso dominico había escrito al duque de Medina Sidonia certificando que dicha monja, junto a otra hermana:
“Había en espíritu visto pelear las armadas y que la suya que vencía, en que veían dos ángeles con espadas desnudas peleando con una gran cruz en medio, y en gran claridad, y la armada inglesa cubierta de un velo negro.”
BMO, doc. 7163, cap. XX. BN, Ms. 6557.
La inquisición no tardó en desenmascarar a María de la Visitación. Utilizaba para sus dotes premonitorias unos espejos opuestos al sol para iluminar su cara, utilizaba un ingenio de madera con ruedas debajo de sus faldas para levantarse de manera sorprendente (posiblemente a modo de levitación) y sus llagas estaban hechas a punta de cuchillo y pintadas con bermellón.
La farsante fue condenada por la Santa Inquisición. Cada miércoles y viernes recibió disciplina durante el tiempo que se cantaba un Miserere y comió pan y bebió agua. Estuvo considerada con una categoría detrás de la monja de menor del convento, no pudo hablar con nadie sin permiso de su superiora y cada vez que salió de su celda tuvo que recitar en voz alta su pecado.
No se juega con la fe del Rey.
Sucesos extraordinarios propios de una empresa extraordinaria cuya memoria permanece en los archivos.