Un monje carmelita fue elegido capitán por la tripulación de un barco naufragado en Irlanda. Ésta es su increíble historia.
De ocho carmelitas descalzos portugueses embarcados en la armada de 1588, los padres fray José (superior del convento), fray Ángelo de San Pablo, el hermano Sebastián y otros cinco sacerdotes, sólo sobrevivieron seis.
Regresaron a Santander
«Con las almas en las gargantas, tantas veces y tan cercanos a la muerte que sólo recordarlo me es vivo retrato de ella».
Habían embarcado, en parejas, a bordo de cuatro navíos, con cierta suspicacia a la empresa y a las maneras de intentar reconducir el camino de Inglaterra a la «fe verdadera» por parte de Felipe II.
Así, criticaban la bajeza de los medios con que esta misión se llevaba a cabo, la soberbia de la «infantería castellana», la poca experiencia de muchos mandos y la escasa conciencia contaminada con hurtos y rapiñas constantes de sus tropas.
Hablaban, además, entre ellos, de la soberbia española:
«Cuya conquista la tenían los españoles tan en sus bolsillos que iban haciendo contratos con la gente para las casas de los mercaderes ricos de Londres».
Y a su regreso, tras el fiasco de la «Invencible», fray Ángelo no dudó en justificar este desastre como un castigo divino a Felipe II por motivos por él desconocidos.
«Lo que se me ofrece en este negocio de mucho sentimiento es el cristianísimo celo de Su Majestad, a quien, en esta ocasión, parece, quiso mortificar el cielo; él sabrá por qué».
Los carmelitas martirizados
Fray Juan de San José y fray Sebastián de la Madre de Dios fueron los dos carmelitas descalzos portugueses que no regresaron. Fallecieron martirizados por su fe en Irlanda. Viajaban a bordo de la Trinidad Valencera cuando, tras su naufragio en Kinnagoe Bay, fueron interceptados por un batallón de ingleses y mercenarios irlandeses que los asesinaron con total iniquidad.
«Nos enteramos después que lo mataron (a fray Juan de San José) con gran crueldad conservando él en el martirio una paz de alma admirable y una alegría de ángel».
Por el contrario, dos de los seis carmelitas restantes (de los que desconocemos su nombre) vivieron una suerte de aventura digna de ser recordada y contada a nuestros lectores.
EL carmelita capitán.
El navío en el que viajaban (que no aparece citado en la fuente) naufragó en las costas de Irlanda. Su capitán murió al poco de tocar tierra y tanto la marinería como la tropa, viéndose perdidos sin él, votaron todos investir como capitán a uno de los carmelitas, cuya prudencia y bondad había conquistado a estos hombres durante su singladura.
Conocedores del odio profesado por las tropas protestantes hacia los religiosos católicos, acordaron vestir de soldados a ambos carmelitas, camuflándolos entre la tropa y dotando a uno de ellos con el pergeño de su capitán.
Viajaron tierra adentro con las armas que pudieron salvar de su naufragio, pocas, pero suficientes para amedrentar a los posibles nativos que se encontrasen, pues los irlandeses «cuanto más rudos son tanto más insolentes».
Al poco de comenzar su camino, se encontraron con un señor católico irlandés (posiblemente Sorley Boy McDonnel) que, lejos de incomodarles, les ofreció acomodarlos en su casa (Antrim) hasta proveerlos de alguna embarcación con la que regresar hasta España.
«Puestos todos de rodillas dieron gracias a Dios por haberlos llevado a tierra de tal señor, y a él el favor que les hacía».
Esa misma noche, la mujer del noble irlandés se puso de parto y dio felizmente a luz a un niño. Para bautizarlo, escogieron como padrino al falso capitán español y verdadero carmelita.
Se descubre el engaño
Tras el bautismo, celebraron una montería a caballo, lo que supuso una gran contrariedad para el carmelita, tan poco habituado a tan noble montura, que tardó muy poco en caerse del caballo, tras lo cual confesó su verdadera identidad y la de su hermano al irlandés. Esto, lejos de incomodar al ilustre caballero, fue la causa de una mayor estima hacia el religioso y de un redoblado afecto y agasajos que recibieron tanto los dos carmelitas como el resto de sus compañeros.
Tras una breve estancia auspiciados por este noble, una nave proporcionada por el mismo, logró traerlos de nuevo a España.
«Y dijeron al señor quién era, lo que fue causa de mucha más estima y dehacer en su honor y en el de su compañero (que también se dio luego a conocer) aventajadas honras y caricias. En cuanto tuvo lista una embarcación los mandó enviar a España donde ahora descansan».
Fuente:
Fray Ángelo de San Pablo a la madre María de San José. MN, Ms. 695, doc. 331.
Parcial. Traducida del portugués. Copia de la publicada en la «Chronica de carmelitas descalços particular do Reino do Portugal e provincia de San Felipe», por Fray Melchor de Santa Ana, Lisboa, 1657, tomo primero, libro primero, capitulo 48.
El documento de la signatura pertenece al borrador del t. III de la obra de Cesáreo Fernández Duro, «La Armada Invencible», conservada inédita en el Museo Naval de Madrid. Publicada también parcialmente por Ismael Bengoechea, OCD, en la «Revista General de Marina», agosto-septiembre, 1982, págs. 95 a 107, sacada a su vez de la «Chronica», pp. 249 a 252.