Algunas ideas sobre los espías del siglo XVI y su papel en la Empresa de Inglaterra.
Como institución al servicio de los gobernantes, la inteligencia tiene la función de ayudar a los gobernantes en la toma de decisiones. La Gran Armada de 1588 no fue diferente en este aspecto, ya que ambas monarquías se apoyaron en sus espías para tomar decisiones, aunque, al menos en el caso inglés, no siempre sus consejos fueron escuchados. En este artículo pretendo recuperar algunas ideas ya planteadas en mi artículo sobre la propaganda y la información en 1588, como el verdadero impacto del espionaje de Isabel I en el resultado de la acción e introducir cómo eran los servicios de inteligencia de esta época y como actuaron en este caso concreto. Sin embargo, queda para mejor ocasión reflexionar sobre las verdaderas intenciones de Felipe II con la invasión de las Islas Británicas, ya que podría tratarse más de una acción disuasoria destinada a sentar a la monarca en la mesa de negociación que una militar.
Introducción a la inteligencia en el siglo XVI
Al igual que en nuestra época, el espionaje es una actividad para los tiempos de paz y los de guerra (Navarro Bonilla, 2015). El flujo de información siempre es necesario para que los gobernantes puedan tomar las decisiones que lleven a conseguir el máximo beneficio para los intereses nacionales. En los tiempos filipinos, hubo un gran número de tratadistas que pusieron atención en el espionaje y la inteligencia con opiniones favorables o desfavorables, pero pocos dudaron de su vital importancia.
El porqué de las negativas podría encontrarse en el maquiavelismo, cuya doctrina fue vista con recelo por los eclesiásticos nacionales y por algunos de los que tenían acceso a estas ideas, despertando ciertos recelos en una corriente que recibió el nombre de ‘eticistas’ entre los que se podría nombrar personajes como Pedro de Rivadeneyra o Fadrique Ceriol. Es más, estas actividades han sido consideradas una de las patas sobre las que se edificó el Estado moderno (Carnicer García y Marcos Rivas, 2005).
Dicho esto, y antes de pasar a la descripción de estos servicios, me gustaría destacar dos ideas clave en el ejercicio de las labores de inteligencia: la profesionalización de sus actores y la sistematización de sus métodos. La primera implica poder contar con personal especializado en esta labor que actúa con todos los medios a su alcance (como por ejemplo la criptografía) siguiendo un método determinado, lo que vendría a ser la definición del segundo (Navarro Bonilla, 2015). Finalmente, la diplomacia fue otra de las mencionadas patas en la creación del Estado moderno e íntimamente relacionada con el espionaje. Cuando un embajador era destinado a una nación extranjera, también lo hacía un agente con la mencionada finalidad. Bernardino de Mendoza es buen ejemplo, ya que, con sus agentes, desarrolló una importante red de confidentes con los que estar informados de las acciones británicas (Carnicer García y Marcos Rivas, 2005).
Los servicios secretos españoles con Felipe II
En el siglo XVI, España, a mi modo de ver, era la más importante de las potencias de la época; una superpotencia, calificativo que no me parece exagerado, teniendo que enfrentarse a sus poderosos enemigos. Los reinos de Francia e Inglaterra, el Imperio Otomano o las Provincias Unidas, fueron sus competidores más destacados a lo largo de la centuria. El Mediterráneo, los Países Bajos, buena parte de los mares del mundo dónde la Royal Navy atacaba a las flotas hispánicas o las costas de la España americana; todos ellos son ejemplos de la variabilidad de espacios geográficos donde la monarquía debía de tener presencia, lo que a su vez implicaba tener bastantes agentes distribuidos por los diferentes escenarios, bien fueran las Islas Británicas, París o Estambul. Recuperando la idea de la profesionalización, nuestros espías debían ser personal altamente cualificado en sus destinos y actuar siguiendo unas metodologías determinadas destinadas a asegurar la protección de sus identidades, el secreto de sus comunicaciones y, a fin de cuentas, la información que habían obtenido de los enemigos, los contrarios o los equidistantes de España (Vargas-Hidalgo, 2015).
En época del rey prudente, la inteligencia estaba adscrita al Consejo de Estado, órgano encargado de la gestión y asesoramiento del monarca en política exterior, a diferencia de hoy en día en el que el CNI que está adscrito al Ministerio de Defensa. Dentro de la institución, no todos los consejeros podían acceder a la tan sensible información obtenida por nuestros agentes, sino que sólo era conocida por algunos de los más leales y de probada confianza, como Cristóbal de Moura, hombre fuerte de Felipe II en Portugal, o Juan de Idiáquez, que tuvo una larga carrera en la administración de los Habsburgo españoles desde Carlos I (Marcos Rivas, 2015). Sin embargo, los consejos fueron atrofiándose en su funcionamiento; cada vez eran más lentos y los gobernantes requerían de órganos ágiles, de ahí que se crearan las llamadas juntas que, con menos miembros que el Consejo, tenían la capacidad de facilitar la toma de decisiones. Es el caso de la ‘junta de noche’ en la que sólo participaba un selecto grupo de afines (Marcos Rivas, 2015).
Esto que hemos descrito era el nivel jerárquico más elevado que controlaba los servicios secretos y el más próximo al poder. En una posición inmediatamente inferior estaban los altos cargos de la administración hispánica, como embajadores, virreyes o gobernadores. No sé si a ambos los podíamos calificar como políticos, ya que en los Consejos podía haber personal que se hubiera consagrado como funcionario, pero bien es verdad que eran cargos muy próximos al monarca y de su mayor confianza. Sea como fuere, don Bernardino de Mendoza fue uno de los mejores ejemplos de las funciones que tenían que realizar, como podía ser informar al monarca de las averiguaciones que iban realizando las redes a su cargo o colaborar en su creación y su mantenimiento, aunque esa también fuera una función que debieran desarrollar sus subordinados de un nivel inferior.
Descendiendo un paso más, nos encontramos en el tercer escalafón a los secretarios de las embajadas, de los virreinatos o consejos, que son un buen ejemplo de la profesionalización del negocio, ya que es vital destacar que eran funcionarios que desarrollaban su carrera durante décadas, es decir, eran cargos técnicos a diferencia de sus superiores que estaban unos pocos años y luego pasaban a otro destino. Su función primordial en el business era la de controlar a las redes de espionaje, a sus confidentes, demás actores que informaban al Consejo y demás actores de la política exterior filipina. Hablando propiamente de sus funciones, debían de tratar con los espías españoles, pagarles los sueldos convenidos a ellos y a los confidentes y, además, asegurar el cifrado de las comunicaciones.
Finalmente, llegamos al espía, el encargado de meterse en el fango y establecer relaciones duraderas con sus fuentes. Respecto a los motivos que llevaban a los agentes a trabajar en esta actividad se pueden concluir tres grandes razones, fidelidad al monarca, a la religión e interés pecuniario (Marcos Rivas, 2015). Ya saben ustedes que la motivación económica siempre ha sido un poderoso instrumento para conseguir favores, información o prácticamente cualquier cosa.
El servicio de inteligencia inglés, ¿títere de Walsingham?
No hay mejor manera para comprenderse a uno mismo que hacer un poco de la traicionera, potente y peligrosa perspectiva comparada. Como han podido leer en el título del epígrafe, Francis Walsingham fue un personaje clave en la creación de los modernos servicios de inteligencia ingleses durante nuestro siglo de estudio. ¿Personalismo? bastante. ¿Eficacia? no destacó en esta acción concreta. Los espías británicos parece que cumplieron con su labor hasta donde pudieron llegar, sin embargo, Isabel I se mostró dubitativa, pero eso es una historia para más adelante… Despejemos ahora la primera ecuación.
Nuestro súbdito de su Most gracious majesty ha sido uno de los jefes de espías que más impacto ha tenido en la historia de la inteligencia, siguiendo al mencionado Diego Navarro Bonilla. Al igual que en España, allí los servicios de inteligencia estaban adscritos orgánicamente a las instituciones de política exterior, ya que, no se nos olvide, el propio Francis Walsingham era secretario de estado. Para este investigador su papel desmontando la Armada de 1588 fue proverbial, clave, al igual que lo fue desmontando la Conjura de Babintong, por la que un joven noble intentó destronar a la supuesta reina virgen y entronizar a la reina de los escoceses, la católica María Estuardo, pero fue descubierta y ejecutada la pretendiente años después (Bonilla Navarro, 2009).
El marino e investigador Francisco Olesa Muñido describió a los servicios secretos filipinos como una pirámide con el monarca en la cúspide, siendo él y sólo él, el encargado de decidir si se hacía uso de la información obtenida por los espías o no. El secretario de estado inglés desarrolló una red compuesta por servicios paralelos con funciones determinadas, es decir, que diferentes instituciones tenían sus redes particulares enfocadas en un aspecto concreto. Por ejemplo, la de la Navy, más concretamente el Royal Navy Board y el Lord High Admiral, desarrollada con la vista puesta en los temas navales, contaba con buques que iban obteniendo información en alta mar y una red de agentes, junto a sus confidentes, destinada en diferentes puertos, que le podían informar de todos los movimientos de las flotas allí reunidas. En este caso, de los movimientos de las flotas hispánicas en todos los puertos españoles, italianos o portugueses (Olesa Muñido, 1983).
Otra de las redes era la que él mismo fue desarrollando, tanto en su periodo como embajador en París, como desde su regreso a Londres en su ejercicio en diferentes cargos y en virtud de su nombramiento como secretario de Estado. Parecen claros los paralelismos con don Bernardino de Mendoza. Para lo que respecta a la Armada del 88, ambos se informaron mediante sus redes contrapuestas, la de la Navy y la que fue desarrollando. Esto tenía la ventaja de ser muy ágil a la hora del contraste de la información, ya que, contando con dos visiones, el decisor puede poner en cuarentena ambas e ir formando un panorama del objeto analizado; sin embargo, tenía el hándicap de que fallaba en ser capaz de otorgar una visión global (Olesa Muñido, 1983).
Pero el aspecto clave por el que me he referido al personalismo, es debido a que algunos investigadores como Jorge Vilches, han destacado que la red respondía más a los intereses de Walsingham que a los de la reina Isabel I que, por contra, actuaba más como la financiadora del sistema (Vilches, 2015). Esto me ha suscitado una conclusión parcial, a falta de poder hacer una investigación en más profundidad; me da la sensación de que los servicios desarrollados por Walsingham tienen un aire de subcontratación y no parecen una verdadera inteligencia al servicio de un Estado moderno.
La actuación de los espías ingleses en la Armada de 1588
En el primer artículo que realicé para esta plataforma, ya recogí que los hombres de Walsingham ya sabían que se estaba organizando alguna posible acción en contra de Inglaterra (para desesperación de Alejandro Farnesio), aunque no sabían que se estaba tramando realmente. Asimismo, parece ser que Isabel I se mostraba dubitativa respecto a este particular, lo que quizá pudiera deberse a las dos visiones que imperaban en su corte, la de su secretario de Estado y la de Lord Burghley, que apostaban por la confrontación y la paz respectivamente (Budiansky, 2006). En este epígrafe quiero recuperar mi hipótesis de si los ingleses tuvieron una ventaja estratégica al conocer que los españoles estaban preparando alguna acción.
Todas las fuentes consultadas coinciden en que los ingleses sabían que España estaba preparando algo, pero desconocían el qué, el cuándo y el cómo, es decir, apenas sabían el 1% de lo que podría pasar. En todo este entuerto y relaciones cruzadas, los dobles agentes tuvieron un papel clave pasando información contradictoria al enemigo. Bien es verdad que está falta de precisión podría deberse a que España desmontó una de las redes de inteligencia de Walsingham, al vetar el acceso a los puertos españoles a los buques ingleses; es decir, se cortó el flujo de información con Londres (al menos provisionalmente) hasta que otros actores desplegados sobre el terreno pudieron tomar el relevo.
Para solucionar este problema, en opinión de Hutchinson, el secretario de estado puso el foco en Roma donde, al parecer, gracias a los cardenales, pudieron confirmar los rumores que les iban llegando respecto a los planes hispánicos. Por otro lado, parece que sí pudieron comprobar que España estaba comenzando a reunir una flota de 400 buques y 50 galeras junto al alistamiento de un ejército de 74000 efectivos en todos los territorios de la monarquía.
Todas estas informaciones llegaron a la reina (Hutchinson, 2006) y, en mi opinión, quizá las contradicciones entre unas y otras pudieron ser las responsables de las dudas con las que se fue acercando a este acontecimiento. Sin embargo, Walsingham lo tenía todo más claro y redactó un documento llamado A plot for intelligence out of Spain.
Quizá su mayor éxito fuera tener una fuente dentro del séquito de don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que les informó de unos planes respecto a una flota que se estaba preparando. Pero ésta no era para Inglaterra, sino para derrotar a los partidarios de don Antonio Prior de Crato en las Azores, lo que acabaría desembocando en la Batalla de la isla Terceira.
A todo esto, Walsingham fue formándose una opinión respecto a los medios militares necesarios para una operación anfibia destinada a la invasión de Inglaterra y poder contrastar las informaciones que iba recibiendo. Finalmente, fueron llegando falsas alarmas hasta bien entrado abril de 1588 (Budiansky 2006), pero parece que se puede concluir que nunca tuvieron un conocimiento de los verdaderos planes de invasión, por lo que difícilmente pudieron ganar una ventaja estratégica.
La labor de la inteligencia española en la Empresa de Inglaterra
Sin entrar en valoraciones tácticas o técnicas sobre si fue una derrota o no, si sus navíos estuvieron mejor adaptados que los nuestros o no, para el complicado teatro de operaciones del Canal de la Mancha y el Mar del Norte, lo quiero poner de manifiesto en este epígrafe es que la labor de la contrainteligencia española fue muy destacada al ir deteniendo a los informadores ingleses en España.
La RAE define al contraespionaje como servicio de defensa de un país frente al espionaje de potencias extranjeras (RAE 2021). Aplicando esto a la temática que estamos analizando, se puede llegar a la conclusión que los espías españoles estuvieron muy al tanto de lo realizado por los espías ingleses y fueron parándoles los pies, ya que acabaron detenidos Hunter, Ousley, agentes destinados en Lisboa y Málaga, respectivamente.
Si a esto le sumamos el problema de los puertos, Walsingham iba perdiendo sus activos, mientras recibía informes contradictorios de dobles agentes como Stafford (Budiansky, 2006/Hutchinson 2006). La desinformación causada por este último quizá consiguió el propósito buscado, pero no podré afirmarlo hasta que no realice un análisis con fuentes primarias. A todo esto, la inteligencia española iba informando de los movimientos de la flota inglesa, llegando a darse la situación de poder haber llegado a Inglaterra con la flota de Isabel fuera, aunque finalmente se decidió salir en otra la fecha, por todos conocida, la de julio de 1588 (Adams, 1988).
Conclusiones
La primera idea que me gustaría destacar para el lector de este artículo es que ésta se trata de una primerísima aproximación a esta interesante temática; que se ha intentado realizar con rigor histórico, pero que tampoco se puede considerar un artículo científico.
Los servicios inglés y español se acercaron al mismo problema, la obtención de información del enemigo, de diferente manera. Los primeros apostaron por una concepción multifuncional -por decirlo de alguna manera- que respondía a diferentes instituciones y que estaba más al servicio de Walsingham que de Isabel I, mientras que los de Felipe II apostaron por una concepción centralizada que rendía únicamente cuentas al monarca.
A grandes rasgos, los ingleses no tuvieron una actuación muy eficiente que marcara la diferencia o pudieran tener una ventaja estratégica derivada del conocimiento de la preparación de la acción, ya que ni siquiera tenían acceso a la mayor parte de información, sino que iban recibiendo pinceladas y en muchos casos a destiempo.
Por otra parte, la inteligencia española demostró su capacidad y saber hacer, siendo capaz de desarticular las redes que los ingleses fueron tejiendo en España. Actuaron hasta dónde sus límites les permitieron y no pudieron evitar que algunos actores como Roma mantuvieran los planes en secreto, aunque bien es verdad, que eran pequeñas referencias de un bosque mucho mayor.
Bibliografía y artículos
Adams, S., ‘La batalla que nunca existió. Reconsideración sobre la Estrategia de la Campaña de la Armada’, Revista de Historia Naval, 1988 (23), pp. 73- 88.
Budiansky, S., Her majesty’s spymaster, New York, Plume Book, 2006.
Carnicer García, C. J., Marcos Rivas, J., Espías de Felipe II, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005.
Carpentier, B., ‘Béneficier des distances. Gênes, les Doria et la circulation des nouvelles de guerre entre Istanbul et Madrid (1584-1602)’, en Sola Castaño, E., Varriale, G. (coords.), Detrás de las apariencias. Información y espionaje (siglos XV-XVII), Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2015, pp. 175-192.
Cervera Pery, J., ‘La Armada Felicísima: reflexiones al final de un centenario’, Revista de Historia Naval, 1988 (23), pp. 7-18.
Hutchinson, R., Elizabeth spymaster, Londres, Phoenix Paperback, 2006.
Israel, J. I., ‘España. Los embargos y la lucha por el dominio del comercio mundial 1585-1648’, Revista de Historia Naval, 1988 (23), pp. 89-105.
Marcos Rivas, J., ‘Los servicios secretos de Felipe II. Estructura, métodos y celebración’ en Sola Castaño, E., Varriale, G., Detrás de las apariencias. Información y espionaje (siglos XV-XVII), Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2015, pp. 21-32.
Navarro Bonilla, D., ¡Espías! Tres mil años de información y secreto, Madrid, Plaza y Valdés, 2009.
Graves materias de reflexión: teorizar sobre las inteligencias secretas en la tratadística diplomática, militar y política europea (siglos XVI-XVII), en Sola Castaño, E., Varriale, G. (coords.), Detrás de las apariencias. Información y espionaje (siglos XV-XVII), Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2015, pp. 193-216.
Oldrati, V., Pedro Brea, un genovés en Constantinopla. Veinte años de espionaje y contra-espionaje entre Madrid, Nápoles, Génova e Imperio Otomano (1578-1596), en Sola Castaño, E., Varriale, G. (coords.), Detrás de las apariencias. Información y espionaje (siglos XV-XVII), Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2015, pp. 153-174.
Vargas-Hidalgo, R., ‘Naval espionaje in the 16th century’, en Sola Castaño, E., Varriale, G. (coords.), Detrás de las apariencias. Información y espionaje (siglos XV-XVII), Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá, 2015, pp. 33-58.
Vilas Rodríguez, J., ‘La inteligencia en la Empresa de Inglaterra: lecciones aprendidas’, Revista de Historia Naval, 2016 (134), pp. 77-92.
Gracias Pedro. He disfrutado enormemente.
Muchas gracias, profesora. Un abrazo y gracias por leernos.
Gracias Pedro por enviarme los artículos a mi correo, hace tiempo me inhabilitaron Facebook, y echaba mucho de menos a nuestros héroes. Gracias. Saludos
Hola, Francisco. Gracias a ti por leernos. También puedes seguirnos por twitter. Un abrazo.
Magnífico artículo.
Estaba releyendo parte del trabajo de Oscar Recio sobre el Socorro a Irlanda, para pulir la serie de artículos que estoy enviando a DH sobre la Guerra de los Nueve Años y Kinsale. El autor destaca mucho la labor de los enlaces abiertos u ocultos, que se tenían en Irlanda alrededor de 1600. Qué grandes dificultades se encontraban los servicios de inteligencia en aquellos tiempos y qué difícil era unificar voluntades para actuar en una determinada empresa.
Un cordial saludo.
Carmen Leal Soria