¿Qué es la chusma?
La chusma es el conjunto de todos aquellos remeros que embarcaron en las galeras españolas.
El término chusma deriva del término genovés “ciüsma”, que a su vez proviene del griego κέλευσμα (canto acompasado con el que dirigir la boga de los remeros)
La galera era un barco ligero y veloz, propulsado a remo y ayudado por vela latina, muy maniobrable y con poca artillería que buscaba en el combate el abordaje. Su maniobrabilidad le otorgaba ventajas a la hora de embestir y descargar en tierra tanto bastimentos como hombres, a la vez de poder escapar de otros navíos contra el viento o en momentos de calma atmosférica.L
¿Quienes componían la chusma?
El perfil del hombre de galera era la de un ser hábil, que había llegado allí como último recurso, como esclavo o por cuestiones delictivas (robos, asesinatos, violaciones…). El mundo de estos hombres estaba localizado, buena parte del año, en el mar, navegando y luchando, posiblemente dos de las actividades más duras de esos tiempos.
En los enfrentamientos prácticamente toda la tripulación intervenía en el conflicto, muchas veces también la chusma o hasta el médico de la galera.
La gente de remo o chusma, tal y como se denominaba al total de los remeros estaba compuesta por distintas tipologías de hombres:
–Galeotes
(También llamados forzados). Hombres condenados a galeras como alternativa a su ingreso en prisión, así como corsarios ingleses presos.
–Esclavos
Sobre todo turcos y berberiscos apresados en campañas militares anteriores.
–Buenas boyas
Remeros bien voluntarios o bien reenganchados al servicio después de haber concluido su pena de galeras, y ahora recibiendo una paga por lo que antes era su condena.
Cómo se reclutaba
Más del 90% de la chusma estuvo casi siempre compuesta por forzados o esclavos. La mayor parte de los galeotes eran ladrones, traidores, salteadores, blasfemos o asesinos. Sin embargo, el aumento de condenas a galeras por delitos menos graves provocó que también hubieran personas con pequeños deslices legales, desde escritores, zapateros o científicos hasta leñadores y agricultores.
El camino de la cárcel a los puertos de destino era un camino duro en el que algunos solían escaparse o morir por las duras condiciones del traslado. Además, no todos los que llegaban eran útiles para el remo, por lo que algunos eran devueltos a la cárcel por su inutilidad manifiesta.
Lo que parece fuera de toda duda es que más allá del contenido aleccionador y expiatorio, la pena de galeras fue un arma básica contra la falta de remeros en las galeras españolas, y una fuente de ingresos para las personas encargadas de su traslado.
La escasez de buenas boyas, es decir de remeros voluntarios, hizo que en ocasiones la corona se las ingeniase para reclutar remeros mediante formas poco ortodoxas. El “juego de la moneda de oro” era uno de ellas: con solo apuntar su nombre y firmar un papel, los concursantes entraban en el sorteo de una moneda de oro, pero también firmaban (casi de manera oculta y por engaño al ser la mayoría analfabetos) un contrato de diez años para remar en las galeras.
Cervantes, en su obra Persiles y Segismunda también describe un método similar, esta vez con la cantidad de veinte ducados.
Aunque la edad de reclutamiento podía variar según la época y los motivos del embarque, se podía contratar a varones a partir de los doce años (aunque hubo excepciones de reclutamientos de niños vagabundos de a partir de 10 años en 1605).
La edad mínima para sufrir la pena de galeras era de veinte años hasta 1566 y diecisiete a partir de este año, aunque sólo para ladrones. No obstante, esta era una cuestión puramente teórica, ya que en la práctica se certificó en multitud de ocasiones la presencia en la chusma de jóvenes condenados de muy corta edad.
Evidentemente, nadie asió los remos por patriotismo ni por placer; solamente la extrema necesidad o la obligación provocó que estos hombres realizasen una de las tareas más extenuantes de la época.
Lo normal es que las galeras tuvieran veinticinco bancos por costado, tirados por cinto cincuenta hombres y diez de reserva para cuando algunos caían enfermos o eran heridos.
La proporción de galeotes según su origen en el siglo XVI era variable. Del 1 al 30 % de buenas boyas, del 60 al 70% de forzados y de un 10 a un 30% de esclavos.
Las buenas boyas
Los buenas boyas eran remeros a sueldo. Aunque el oficio de buena boya no era considerado deshonroso en siglos anteriores, mas bien todo lo contrario, con la llegada del galeote y del esclavo al remo este trabajo se convirtió en uno de los peores y más viles posibles.
Pocos eran los que se alistaban en los buques para remar junto a galeotes y esclavos, y los que lo hicieron fue por pura necesidad vital.
Las causas del vertiginoso descenso de remeros profesionales se dio como consecuencia directa de la progresiva introducción de reos y esclavos en la boga, algo indispensable por el aumento de los conflictos navales y de la flota, así como por el endurecimiento de las condenas.
Existían dos tipologías distintas de buenas boyas.
La primera correspondía a los buenas boyas de bandera, hombres libres con graves problemas económicos que procedían de entornos sociales bajos. Solían ser gentes provenientes de las costas mediterráneas, contratados normalmente por una campaña. Cobraban un sueldo y eran voluntarios que debían quedar libres cuando su tarea terminaba, cosa que no siempre ocurría. El sueldo del buena boya durante el siglo XVI fue de un ducado al mes y la ración “de cabo” (26 onzas de bizcocho, 12 onzas de carne fresca en puerto o 6 de carne salada o queso si navegaban, garbanzos o habas, ½ azumbre de vino y aceite y vinagre para el pescado).
El segundo tipo fueron los buenas boyas galeotes, que eran galeotes que habían terminado su pena y les obligaban a mantenerse en la galera, casi siempre a los remos, como hombres “libres” con paga. Esta obligación de mantenerse en la galera fue muy criticada pero las disposiciones legales que se dieron para evitarla no sirvieron prácticamente para nada.
En la época de la Armada Invencible y bajo el mandato de Don Álvaro de Bazán, la mayor parte de los remeros fueron buenas boyas.
Pese a todos los inconvenientes que tenían los forzados convertidos en buenas boyas, estos hombres disfrutaban en muchas ocasiones de mejoras evidentes en relación a su anterior puesto. Podían servir en las cámaras, como criados del alguacil, espalderes o proeles, u otros oficios menos duros, aunque también existen testimonios en los que aparecen atados al banco de la galera sin otra posibilidad que la de bogar encadenado.
Los buenas boyas podían guardar armas como escopetas o ballestas en sus bancos, ya que aparte de remar, debían de ayudar en los combates cuando se les precisase.
Esta disposición de guardar armas en los bancos de los buenas boyas se realizó en los primeros momentos de la escuadra, cuando el número de buenas boyas era sensiblemente alto en comparación con el resto de la chusma. Seguramente, años más tarde, la costumbre de depositar armas debajo de los bancos quedaría abolida por el peligro de fugas o motines.
Los esclavos
Aunque podríamos pensar que los esclavos formaban siempre un grupo heterogéneo, de diferentes procedencias, religiones, mentalidades, edades, ocupaciones, estados físicos, culturas o costumbres, la mayor parte de ellos eran musulmanes. A finales del reinado de Felipe II y a principios del de Felipe III, casi un 98% de las listas de esclavos consultadas tenían nombres árabes.
La vida a bordo
Cada remero contaba con metro y medio de espacio, lugar donde ponían su “caja”, único mobiliario que poseían en el viaje. El hacinamiento en las galeras era comparado a la estrechez de una cárcel, con una gran insalubridad y comparada en ocasiones como un “infierno abreviado”
El aseo personal de la época distaba mucho de ser el adecuado para evitar la propagación de epidemias y enfermedades, y la galera no iba a ser mejor que en tierra firme. Era norma de la época lavarse las manos y la boca antes de sentarse a la mesa, algo que hacían los hombres de las galeras mediante los llamados aguamaniles.
Más importante incluso que la alimentación fue la provisión de agua potable. El agua que había habitualmente en la galera era turbia, hedionda, caliente y cenagosa. Una solución era hervirla, pero había que comprarse una olla y “cuidar de tener agua” y de que no la robasen. Se corrompía por no estar bien envasada, lo que provocaba un sinfín de enfermedades.
No debió resultar nada fácil convivir en un lugar tan reducido y con tal variedad social, de lenguas, culturas y de edad, aunque los textos de la época afirmaban que la galera igualaba a todos los hombres.
Seguro que existieron entre los tripulantes apego, confraternidad e incluso buenas amistades. La galera era un barco de guerra, y las experiencias vividas por todos debieron de unir destinos y crear verdadera lealtad.
Si además tenemos en cuenta el desarraigo social y familiar que solían tener estos hombres, el pertenecer a un grupo social específico participando de tantas cosas en común seguro que produjo amistades más o menos intensas.
En cualquier caso, las peleas fueron muy frecuentes a bordo, sobre todo causadas por los juegos de azar.
La muerte estaba muy presente en la vida cotidiana de las galeras de los siglos XVI y XVII. Si la convivencia de los hombres de estos siglos con la fatalidad era relativamente alta, la de estas personas lo era mucho más. Las enfermedades causaban muchas más muertes que la guerra.
Amarrado a sus cadenas, bajo la lluvia, el Sol o el granizo, bogando incansable al “ropa afuera”, desnudo, castigado por el látigo del cómitre (el encargado de la boga), clavándose la argolla en la carne, sangrando o muriendo, la situación de los peor parados dentro de la chusma, tuvo que ser una vida indeseable.
De “condenación salobre”, “ministerio de la humedad” o “cárcel de traviesos y verdugo de pasajeros” tildaban los escritores de la época la vida del remero en las galeras españolas.
En el libro de Jerónimo de Alcalá Yáñez, más conocido como el Doctor Alcalá, la vida del galeote “es propia vida de infierno, y no hay diferencia de una a otra, sino que la una es temporal y la otra es eterna”.
La vida de la chusma fue especialmente dura, aunque no todos recibían el mismo trato. Había muchas razones para tener mejor o peor suerte dentro del barco, como ser cristiano, esclavo, renegado, saber leer o haber intentado fugarse, entre otras.
Al contrario de lo que se podía pensar, los forzados “entraban en galeras sin amedrentamiento, con aires de guapeza, como los matones de la cárcel de Sevilla iban al garrote; llegaban a las ansias, a las angustias, con la cabeza muy alta”. Y es que ganarse el respeto de los compañeros y mandos era muy importante en la galera, y se debía hacer desde el primer momento.
Tras ser anotados en los libros eran recibidos por el resto de la chusma con júbilo y conducidos a sus bancos o “tostas”, rapados a navaja por los barberos y herrados (dotados de grilletes) por el alguacil o sus ayudantes. Estos bancos se iban poco a poco llenando y con ellos las quejas de los veteranos por tener cerca de ellos a algún joven neófito en el oficio o a algún compañero poco deseable.
Este aspecto era muy importante, ya que los compañeros de banco iban a serlo durante mucho tiempo y a nadie le gustaba tener cerca a moribundos, inútiles o gente demasiado violenta.A
Los remeros
Los remos tenían una longitud aproximada de once metros, aunque sólo constaba de tres metros y cuarenta centímetros la parte donde se encontraba la chusma, que se agarraban a ellos por los asidores.
La boga se solía hacer por cuarteles o secciones, no toda la chusma a la vez, excepto cuando las condiciones meteorológicas, de combate o de peligro requerían una velocidad superior, estimulando con la anguila o corbacho las espaldas de los más perezosos.
El tiempo de boga solía ser de una hora y media por cada equipo.
No todos los galeotes y esclavos remaban, y los que lo hacían se situaban en posiciones distintas, dependiendo de la fuerza, edad y experiencia. Los que no se encargaban del remo solían ser galeotes con una mayor preparación o inteligencia, que cambiaban esa tarea por otras menos duras.
La galera tenía normalmente en el siglo XVI veinticuatro o veinticinco bancos, con cuatro, cinco o seis hombres en cada uno, por lo que solía haber una cantidad de remeros entre los noventa y cinco y los ciento cincuenta (hay tener en cuenta que en las relaciones aparece el número total de la chusma, pero toda ella no se dedicaba al remo).
No obstante, había galeras más pequeñas, como la de dieciocho bancos, con noventa hombres de remo, de los que cincuenta y cuatro bogaban de la popa hasta el árbol de tres en tres y treinta y seis de dos en dos.
El principal trabajo de la chusma era bogar, siempre sentados o acostados en el remiche, hueco situado debajo de los bancos, apoyando el pie delante (excepto en los momentos de máximo esfuerzo).
La boga era descansada y sin azotes entre los puertos, sin embargo, cuando la velocidad del barco debía aumentar, los remeros se ponían de pie para apoyar todo el peso del cuerpo en el remo y conseguir una mayor potencia. El pito del cómitre y el grito de “fuera ropa” o “ropa fuera” eran las dos consignas básicas para aumentar la potencia de los remos en la llamada “boga arrancada”.
Los oficios
Los distintos puestos que tenía la chusma dentro del barco eran los siguientes:
Espalderes: remeros más próximos a la crujía, de los remos popeles. Daban la “espalda” a la galera –a la popa–. Marcaban la boga y eran dos por galera, aunque existen documentos que relatan la presencia de un solo espalder. Tenían una función preeminente, casi siempre ocupada por “buenas boyas”. No estaban encadenados y gozaban de una especial atención y consideración debido a la dureza e importancia de su trabajo, por lo que a veces les daban ración “de cabo”.
Curulleros: remeros de los bancos proeles, a proa, sobre todo a los bogavantes de esos bancos. Remaban junto a la “curulla” (donde se estiraban la jarcia, amarras y cables).
Alieres: hacían trabajos de agilidad y defensa del abordaje, junto al proel, además de hacer “andar el esquife”. Si lo hacían los esclavos no recibían dinero, pero sí ración “de cabo”.
Proeles: esta función podía ser desempeñada por la gente de mar, generalmente jóvenes marineros o grumetes, aunque también pudo haber chusma. Debían maniobrar la proa, defender el abordaje, ayudar a los artilleros y realizar tareas de habilidad en esa zona del barco.
Chirimías: músicos moros y turcos de las galeras. Estaban por razones ceremoniales de salvas musicales. También se hacían a la voz de “Hu, hu, hu”.Se les tenía especial consideración, dándoles ración de cabo y estando desherrados con bastante frecuencia.
Mozos de alguacil: su trabajo era herrar y desherrar remeros, además de hacer las requisas y otras faenas de confianza. Había uno mínimo por galera, designado por los propios esclavos –preferentemente cristiano– y aceptado por el alguacil. Su ración era de cabo y normalmente iban desherrados.
Mozos o criados de cámara: atendían al capitán y a los oficiales. No solían ser buenas boyas de bandera, sino esclavos o forzados que habían terminado su condena o que tenían alguna consideración especial. No estaban herrados, por lo que circulaban bastante libres por la galera. Como había muchas fugas entre estos mozos se dictó en 1585 una normativa para que no hubiera ningún criado con una condena superior a cuatro años. Por esta razón, se prefería a los esclavos (excepto arraeces, renegados y moriscos). También se les daba ración de cabo y vestían trajes distintos al resto.
Barberote: era el auxiliar del barbero, cuya función era la de rapar y cuidar a los enfermos y heridos.
Remeros convencionales: constituían la mayor parte de la chusma. Su tarea era remar en el resto de bancos.
El día a día
Generalmente los galeotes no solían salir de la galera, ya que el peligro de fuga era alto y los oficiales preferían sacar a los esclavos.
La posibilidad de fugas por bajar a tierra a los hombres de remo fue tan grave para la administración que terminó imponiendo multas a los capitanes que dejaban bajar a la chusma para servicios particulares.
Tanto los galeotes como los buenas boyas participaban en ocasiones activamente en el combate, sobre todo los cristianos. En compensación por la lucha se les prometía en ocasiones la libertad.
Los esclavos cristianos tuvieron muchos más privilegios en la galera, estando directamente a la orden del capellán, quien muchas veces los desherraba (en tal caso la responsabilidad de fuga recaía directamente en el capellán).
Las causas por las que enfermaban los remeros eran evidentes: poca higiene, humedad, frío y calor, mala curación de las heridas, contagio, alimentación insuficiente, exceso de trabajo, etc.
Las afecciones más típicas de la chusma eran el escorbuto, el beri-beri, la pelagra, el tétanos –pasmo–, el tifus exantemático –tabardillo–, la enteritis y las múltiples dolencias infecciosas de las que se contagiaban.
Además, cabe señalar que los accidentes por causas laborales eran habituales en la navegación, y el tan respetado látigo del cómitre causaba a su vez padecimientos o recrudecimiento de las dolencias ya existentes.
La humedad fue también uno de los agravantes de las patologías, así como de la falta absoluta de higiene, ya que la galera era muy abierta y en muchas ocasiones se anegaban los bancos por la acción del oleaje.
La vida propia del forzado hacía que carecieran de las condiciones básicas tanto sanitarias como de aseo. No obstante, había ciertos cuidados higiénicos que se llevaban a cabo de manera sistemática, como el rapado de pelo cada quince días y la colada de ropa blanca (lo que hoy llamaríamos ropa interior) que era, en teoría, semanal.
La comida
La ración de los forzados era la siguiente. Se daban veintiséis onzas de bizcocho, de las que se separaba la parte menuda para hacer con aceite la mazamorra, que eran “las migajas que se desmoronan de aquello (bizcocho) y los suelos donde estubo esa mazamorra, y muchas vezes hay tanta necesidad, que dan de sola ésta”.
El bizcocho era, como alimento, superior al pan blanco, ya que tenía la propiedad de “enjugar mejor las humedades”. Este bizcocho se hacía con harina completa, más higiénica por contener salvado, pero se volvía tan duro que los remeros viejos esperaban con ansia el primer bocado de los jóvenes para mofarse de ellos.
Al mediodía comían caldero de habas con aceite y, en ocasiones, caldero con arroz y garbanzos. Como complemento de la comida, se le daba una parte de cuartilla de sal, un azumbre de agua y una libra de leña.
En la Instrucción al contador de las galeras de España en 1568 se decía que se “de algún vino” cuando la chusma hubiera hecho “grande fuerza o pasado mucho frío”, eso sí, con moderación.
Otro documento del siglo XVI mencionaba que para la gente de remo se daba “solo vizcocho y de quando en quando un caldero de aba o garbanço, y quando mucha fuerça hazen al bogar, se les da vino, azeyte y vinagre y a las vezes todo junto”.
En las Ordenanzas de 1607 se apostaba por continuar dando estos refrescos a la chusma en momentos de sobreesfuerzo, siempre bajo la orden del capitán general.
Si el remero enfermaba se le solía alimentar mejor, sobre todo si tenía la suerte de acceder a las dietas o acabar en algún hospital de forzados. Las prescripciones médicas ayudaron a esta mejora de la alimentación del galeote, sobre todo en el siglo XVII. En 1607 se hablaba de dietas de remeros enfermos compuestas de “carne fresca, gallinas, pollos, guevos, pasas, almendras y conservas”-
La vestimenta. El bonete colorado.
La vestimenta fue uno de los elementos que sufragó íntegramente la corona desde el comienzo de la escuadra, por lo que tenía especial interés en su cuidado. El “uniforme” constaba, según F. Sevilla, de dos camisas, dos pares de calzones, almilla (ropa de paño basto colorado), un capote de sayal y un bonete.
En algunos textos de la época se decía que cada invierno la corona entregaba a la chusma una almilla de paño, un capote de herbaje, dos camisas de tela, dos calzones, un bonete rojo y un par de zapatos de cuero.
En un documento de época de Felipe II se decía que la vestimenta de los forzados que había que comprar eran “camisolas, gavanes de hervaje, camisas y calçones, baras de angeo y brite, bonetillos colorados, esclavinas, medias y çapatos, escarpines para los forçados”.
“Luego me mandaron dar una almilla colorada aforrada con gear, dos camisas sin collar de tela des venturada. También capote y calzones y un bonete colorado cosido con mil pasiones; capote y calza a montones de buen paño deseado”
Las distracciones
La chusma participaba de distracciones muy similares a la gente de mar y de guerra embarcados en la galera, como charlar, cantar e incluso leer y escribir, aunque la mayor parte estaba confinada en sus bancos, por lo que les resultaba más complicado realizar ciertas cosas, como la pesca.
En lo que respecta al juego, tuvo que ser uno de los pasatiempos más importantes, aunque se podía convertir en algo más que una distracción, apostando el vestido, el dinero, las raciones, los diversos objetos manuales y multitud de “favores”, como turnos de boga o ajustes de cuentas.
El dormir lo realizaba el remero en su banco, protegido por tendales de lona.
Probablemente, debido a la mayor insalubridad del área donde se situaba la chusma, la cantidad de visitantes indeseados (insectos, roedores…) era mucho mayor, lo que acrecentaba enormemente el malestar de los remeros. Sin embargo, la chusma que se dedicaba a otras labores en cámaras, escandelares, pañoles o despensas podía no dormir con el resto de la chusma.
La chusma de la Armada Invencible
2.088 componentes de la Armada Invencible eran remeros que formaban parte de la Escuadra de Galeazas o bien de la Escuadra de Galeras.
La Escuadra de Galeazas, compuesta por la San Lorenzo, la Zúñiga, la Girona y la Napolitana (todas ellas de construcción napolitana) embarcaban un total de 468 marinos, 873 soldados y 1.200 remeros.
La Escuadra de Galeras compuesta por la Capitana y la Bazana (ambas de construcción napolitana) y la Diana y la Princesa (las dos de construcción hispana) embarcaban un total de 362 marinos y 888 remeros.
Lejos del oropel de capitanes y el oficio militar, hemos querido conocer más a fondo la complicada vida de esos más de 2.000 esforzados hombres que se embarcaron con nuestra Gran Armada y que pasando las mismas o más penalidades que la gente de mar y de guerra, navegaron, lucharon y murieron junto a ellos.
Bibliografía
La vida y los hombres de las galeras de España (Siglos XVI y XVII) de José Manuel Marchena Rodríguez. Universidad Complutense de Madrid. 2010
Fantástica entrada. Muy interesante e instructiva.
Muchas gracias, Alejandro. Nos alegra mucho que te haya gustado. Un abrazo
Buenas tardes. Tengo auténtica curiosidad por si había cordobeses en la armada Invencible y si alguno de ellos estuvo entre los prisioneros en tierras británicas.
¡Hola, Javier! Por supuesto, había cordobeses en esa armada y algunas decenas de ellos fueron hechos prisioneros (sobre todo tenemos registrados bastantes de Lucena).
Si te interesa el tema, te recomiendo leer «Los prisioneros de la Armada Invencible», nuestro libro que cuenta sus historia. Un cordial saludo.