El día 23 de septiembre de 1588, Medina Sidonia había mandado un mensaje al rey informándole que pronto llegaría a Santander con 5 naves y que otras cinco o seis de la escuadra de Guipúzcoa se dirigían hacia la costa vasca.
El día 24 avistaba tierra española y disparaba tres cañonazos desde el San Martín avisando que necesitaba ser remolcado.
Desembarcaba “muy enfermo de veinticinco días de calentura” y tanto él como la dotación del galeón llevaban 14 días sin beber una gota de agua.
“Se me han muerto 180 y toda la demás gente está muy enferma de mal contagioso y de tabardete”
Armadura del duque de Medina Sidonia
En los puertos del Cantábrico, exhaustos por el hambre y la enfermedad, siguen muriendo los componentes de la Gran Armada española de 1588.
El delegado real García Villarejo, que el 10 de octubre acude a Santander por orden de Felipe II para hacerse cargo de la situación, cita que en ese puerto hay más de 1.000 enfermos.
El rey ordena múltiples instrucciones para acoger a marinos y soldados.
“Se pusiesen fanales de noche en las partes que convengan de la costa para que guiándose de ellos puedan las naves tomar puerto”.
Ordena que barcos ligeros salgan a esperar a los navíos de la Invencible y auxiliar a los que estén en dificultades.
Dispone que las órdenes religiosas, obispos e instituciones locales ofrezcan los medios de los que disponen para socorrer a los hombres que regresan y desplaza a sus oficiales y contadores a los puertos del norte a fin de velar por el cumplimiento de sus órdenes.
Manda instrucciones para que en Valladolid “se trate de hacer buena cantidad de vestidos con que se puedan reparar para los que más necesidad tuviesen” y envía a Santander una primera remesa de 50.000 ducados “para socorro y previsión de la gente” a los que se sumarán otros 55.000 muy poco después.
Mientras, los barcos llegan tan descalabrados que algunos naufragan en los mismos puertos de retorno. El Santa Ana, después de llegar al puerto de Pasajes es destruido por una explosión en su santabárbara que ocasiona la muerte de 100 de sus tripulantes.
El desasosiego es tal que el gran almirante Miquel de Oquendo queda tan afectado que “triste su ánimo con el descalabro, aunque ninguna parte en él le cabía, que llegado al puerto de Pasajes, sin querer ver a sus parientes, ni aun a su mujer, murió el día dos de octubre de 1588”
Con la llegada en noviembre de la flota de Indias, viudas y huérfanos comienzan a cobrar sus pensiones.
Mientras, en Inglaterra, el estado de los barcos ingleses que regresaban del norte no era mucho mejor.
La epidemia de tifus hacía estragos en las dotaciones. Más de 7.000 marineros fallecen víctimas de la enfermedad y “los que enferman un día, mueren al siguiente”.
La reina Isabel, con el fin de reducir gastos y con gran indignación por parte de sus almirantes, ordena licenciar a los marineros lo antes posible y, si pueden, no pagarles los atrasos debidos. Tan pronto como el 20 de septiembre ordena el licenciamiento de todas las escuadras.
Los componentes de la Armada Real Británica y según su almirante Charles Howard “mueren en las calles como perros abandonados, sin ser pagados, sumidos en la miseria y mendigando por un trozo de pan”.
Howard, ante la falta de asistencia real empeña toda su plata para abonar las soldadas de sus propios hombres.
John Hawkins, en tono desesperado escribe: “mi dolor y mi pena por la ingratitud del gobierno de Su Majestad son infinitos”.
El 24 de noviembre la reina Isabel I parte, en un carro triunfal, acompañada de sus ministros y de la nobleza, hacia la catedral de San Pablo adornada con los trofeos conseguidos a la Armada española para asistir a un solemne Te Deum.
Los héroes ingleses, mientras tanto, sucumben por la avaricia de su reina en las calles de sus principales puertos costeros.
Así de distintos fueron los comportamientos de ambos monarcas ante la crisis humanitaria que supuso la Empresa de Inglaterra.
Bibliografía:
Los náufragos de la Armada Invencible. Mariano González-Arnao.
La batalla del mar Océano. Jose Ignacio González-Aller y otros.
Excelente.
Muchas gracias, Christian. Me alegra que te guste. un cordial saludo.